Jesús, el hijo del hombre 4

Bartolomé en Éfeso

 

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Los esclavos y los parias

 

Dicen los enemigos de Jesús, que éste hacía sus propuestas a los esclavos y a los repudiados, incitándolos a la rebelión contra sus patrones. Dicen que siendo él también de la plebe y mientras pedía socorro para los de su clase, trataba de ocultar su origen.

Pero hablemos ahora sobre los acólitos de Jesús y sobre su autoridad. En él principio eligió unos compañeros, para su obra, de gente del Norte, y todos eran libres, robustos, audaces y fuertes en el Espíritu. En los veinte años pasados han maravillado al mundo por su valor, por su voluntad inquebrantable y por su valor aún ante la muerte. ¿Creeréis, por ventura, que esos hombres eran esclavos o repudiados? ¿Cómo admitir que los grandes adalides y príncipes del Líbano y de Armenia, tan vanidosos de su linaje, se hayan destituido de su jerarquía y potestad para aceptar a Jesús como profeta de Dios? ¿Es de creer que esos nobles de Antioquía, Bizancio, Roma y Atenas se hubiesen dejado embaucar por la voz de un jefe de esclavos?

El Nazareno no estaba junto al esclavo en contra de su amo, ni con éste en contra de aquél; porque era un Hombre superior a todos los hombres, y los arroyuelos que han transitado en los cursos de su fuerza, cantaban con el dolor y con la fuerza al mismo tiempo. Si la nobleza está en la protección, Jesús el Nazareno es el más noble que hay en la tierra, y si la libertad constituye el pensamiento, el decir y el hacer, Él sería el príncipe de todos los libres y de todos los siglos.

No olvidéis que en la carrera sólo el más fuerte y veloz logra laureles. Y Jesús fue coronado por sus amigos y adeptos, tanto como por sus enemigos, sin que lo supieran, y hasta ahora Él recibe los trofeos de los triunfos, de las sacerdotisas de Artemisa en la sacristía de su templo.

 

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