Jesús, el hijo del hombre 1

Caifás,Sumo Sacerdote

 

Caifás,Sumo Sacerdote
Caifás,Sumo Sacerdote

 

Lo hemos matado con la conciencia serena y pura

 

Es indispensable, al hablar de este hombre Jesús, de su vida y de su muerte, recordar dos realidades irrefutables: la conservación del Torá en nuestras manos y la salvación del Estado, para que permanezca en las fuertes manos de los romanos. Ese hombre constituía un peligro para nosotros y para Roma. Ha envenenado al pueblo ingenuo y cándido, y lo ha conducido, mediante un sortilegio admirable, a rebelarse contra el César y contra nosotras.

Hasta mis esclavos, hombres y mujeres, al oírlo hablar en la plaza pública, se llenaron de ideas subversivas y se tornaron muy díscolos y disconformes. Muchos de ellos abandonaron mi casa y regresaron al desierto de donde vinieron.

El Torá es la base de nuestra fuerza y la cúspide de nuestro triunfo. Ningún hombre puede destruirnos mientras en nuestras manos tengamos esta fuerza invicta, como ninguno puede reducir a escombros a Jerusalén, cuyas murallas y paredes están levantadas sobre las viejas rocas que con sus propias manos colocó David.

Si es necesario que la sementera de Ibrahim crezca y fructifique, nada más justo que esta tierra permanezca pura; y ese hombre Jesús trataba de mancillarla incitando a la rebelión. Es por eso que lo hemos muerto, cargando, a conciencia, con toda la responsabilidad. Y así mataremos a todo aquel que ose violar la ley de Moisés o profanar nuestro sagrado patrimonio.

Nosotros, juntamente con Pilatos, hemos advertido al pueblo el peligro que había en ese hombre, y vimos que era prudente poner fin a su vida. Mas ahora estoy poniendo todo el poder que está a mi alcance para castigar a sus discípulos, de igual manera como lo hice con él, para así destruir sus enseñanzas y su doctrina.

Si el judaísmo quiere sobrevivir, es necesario entonces reducir a polvo a quien lo persiga, y antes de que muera el judaísmo cubriría mi blanca cabeza con cenizas, igual que el profeta Samuel; rompería este manto y esta dalmática santa que he heredado de Harón; y me pondría el cilicio hasta el fin de mi vida.

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