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Utilización del hierro meteórico por los pueblos “primitivos”

Los «primitivos» trabajaron el hierro meteórico mucho tiempo antes de aprender a utilizar los minerales ferrosos terrestres 1. Por otra parte, es sabido que antes de descubrir la fusión los pueblos prehistóricos trataban a ciertos minerales lo mismo que si fueran piedras; es decir, los consideraban como materiales brutos para la fabricación de objetos líticos. Una técnica similar se ha venido aplicando hasta una época relativamente reciente por algunos pueblos que ignoraban la metalurgia: trabajaban el hierro meteórico con martillos de sílex, modelando así objetos cuya forma reproducía fielmente la de los objetos líticos. Así era como los esquimales de Groenlandia fabricaban sus cuchillos con hierro meteórico 2.

Es muy verosímil que los pueblos de la antigüedad oriental hayan compartido ideas análogas. La palabra sumeria AN.BAR, el vocablo más antiguo conocido para designar al hierro, está constituida por los signos pictográficos «cielo» y «fuego». Generalmente se traduce por «metal celeste» o «metal-estrella». Campbell Thompson la traduce por «relámpago celeste», (del meteorito). La etimología del otro nombre mesopotámico del hierro, el asirio parzillu, sigue sujeta a controversia. Algunos sabios quieren que derive del sumerio BAR.GAL, «el gran metal», (por ejemplo, Persson, p. 113), pero la mayor parte le suponen un origen asiático a causa de la terminación -ill (Forbes, p. 463. Bork y Gaertz proponen un origen caucásico; véase Forbes, iítd. 3).

No vamos a abordar el problema tan complejo de la metalurgia del hierro en el antiguo Egipto. Durante un tiempo bastante largo los egipcios no conocieron más hierro que el meteórico. El hierro de yacimientos no parece haber sido utilizado en Egipto antes de la XVIII dinastía y el Nuevo Imperio, (Forbes, p. 429). Es cierto que se han hallado objetos de hierro terrestre entre los bloques de la Gran Pirámide (2900 a. de J.C.) y en una pirámide de la VI dinastía en Abidos, pero no está establecida de forma indiscutible la procedencia egipcia de tales objetos. El término biz-n.pt. «hierro del cielo» o, más exactamente, «metal del cielo», indica claramente un origen meteórico.
(Por otra parte, es perfectamente posible que este nombre haya sido aplicado primeramente al cobre; véase Forbes, p. 428.).


La misma situación se da en los Hititas; un texto del siglo xiv determina que los reyes hititas utilizaban «el hierro negro del cielo», (Rickard, Man and Metals, I, p. 149). El hierro meteórico era conocido en Creta desde la época minoica, (2000 a. de J. C); también se han hallado objetos de hierro en la tumba de Knossos 4. El origen «celeste» del hierro puede tal vez quedar demostrado por el vocablo griego «sideros», que se ha relacionado con sidus, -eris, «estrella», y el lituano svidu, «brillar»; svideti, «brillante».

Sin embargo, la utilización de los meteoritos no era susceptible de promover una «edad del hierro» propiamente dicha. Durante todo el tiempo en que duró el metal fue raro, (era tan preciado como el oro), y se usaba casi de forma exclusiva en los ritos. Fue necesario el descubrimiento de la fusión de los minerales para inaugurar una nueva etapa en la historia de la Humanidad: la edad de los metales.

Esto es verdad, sobre todo por cuanto se refiere al hierro. A diferencia de la del cobre y del bronce, la metalurgia del hierro se hizo rápidamente industrial. Una vez descubierto o conocido el secreto de fundir la magnetita o la hematites, no hubo ya dificultades para procurarse grandes cantidades de metal, ya que los yacimientos eran bastante ricos y bastante fáciles de explotar. Pero el tratamiento del hierro terrestre no era como el del hierro meteórico, difiriendo asimismo de la fusión del cobre o del bronce. Fue solamente tras el descubrimiento de los hornos, y sobre todo del reajuste de la técnica del «endurecimiento» del metal llevado al rojo blanco, cuando el hierro adquirió su posición predominante. Los comienzos de esta metalurgia, en escala industrial, pueden fijarse hacia los años 1200-1000 a. de J. C, localizándose en las montañas de Armenia.

Partiendo de allí, el secreto se expandió por el Próximo Oriente a través del Mediterráneo y por la Europa central, si bien, como acabamos de ver, el hierro, ya fuese de origen meteórico o de yacimientos superficiales, era conocido ya en el III milenio a. de J. C. en Mesopotamia, (Tell Asmar, Tell Chagar Bazar, Mari), en el Asia Menor, (Alaca Hüyük) y probablemente en Egipto, (Forbes, pp. 417 y ss.).

Hasta mucho después el trabajo del hierro siguió fielmente los modelos y estilos de la edad del bronce, (del mismo modo que la edad del bronce prolongó la morfología estilística de la edad de piedra). El hierro aparece entonces en forma de estatuillas, ornamentos y amuletos. Durante mucho tiempo conservó un carácter sagrado que, por otra parte, sobrevive entre no pocos «primitivos».

Junto a la sacralidad celeste, inmanente a los meteoritos, nos encontramos ahora con la sacralidad telúrica, de la cual participan las minas y los minerales. Como es natural, la metalurgia del hierro se benefició de los descubrimientos técnicos de la del cobre y el bronce.


Es sabido que desde el período neolítico, (VI-V milenios), el hombre utilizaba esporádicamente el cobre que podía encontrar en la superficie de la tierra, pero le aplicaba el mismo tratamiento que a la piedra y al hueso, lo que quiere decir que ignoraba las cualidades específicas del metal. Fue solamente más tarde cuando se comenzó a trabajar el cobre calentándole, y la fusión propiamente dicha sólo se remonta a los años 4000-3500 a. de J. C., (en los períodos de Al Ubeid y Uruk). Pero aún no cabe hablar de una «edad del bronce», ya que la cantidad que se producía de dicho metal era muy pequeña.

Por Mircea Eliade


Notas:

  1. Et in che l’oro si vogli metiere in opra é necessario che si riduchi in sperma. Texto citado y reproducido por G. Carbonelli: Sulle fonti storiche della chimica e dell’alchimia in Italia, Roma, 1925, p. 7.
  2. Dorn, Physica Trimegisti («Theatrum Chemícum», vol. I, Ursellis, 1602, pp. 405-437), p. 430; citado por Jung, Psychologie und Alch’emie, p. 325, n. 1.
  3. Maier, Symbola aureae tnensae duodecim nationum (Frank-furt, 1617), p. 344; citado por Jung, Psychologie und Alchemie, página 453, n. 1. Véase también J. Evola, La tradizione er-metica, pp. 78 y ss. (el incesto filosofal).
  4. Rosarium Philosophorum, (Artis Auriferae, I, p. 384), p. 246; citado por Jung, o. c, p. 459, n. 1. Al ser Beya la hermana de Gabricus, la desaparición en el útero conserva, también en este caso, el valor simbólico del «incesto filosófico». Sobre este tema puede verse también C. H. Tosten, William Backhouse of Swallowfield («Ambix», IV,
    1949, pp. 1-33), pp. 13-14.

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