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Descubrimiento de la tumba de Tutankhamón – Howard Carter

Siempre que un descubrimiento arqueológico pone a la luz vestigios de una época remota y de las vidas humanas desaparecidas que ésta albergaba, instintivamente nos concentramos en los rasgos aparecidos por los que sentimos más simpatía. Estos hechos suelen ser invariablemente los que tienen mayor contenido humano. Una flor de loto hoy marchita, algún símbolo de afecto, un simple rasgo familiar, nos devuelven al pasado, a su aspecto humano, de una manera mucho más vivida que cualquier sentimiento que puedan producir la austeridad de unos informes o las pomposas inscripciones oficiales alardeando de cómo algún oscuro «Rey de Reyes» dispersó a sus enemigos, pisoteando su dignidad.




Hasta cierto punto esto es lo que ocurre con el descubrimiento de la tumba de Tutankhamón. Sabemos muy poco del joven rey, pero podemos hacer ahora algunas conjeturas acerca de sus aficiones y su temperamento. Como vehículo sacerdotal a través del cual se transmitía la influencia divina sobre el mundo tebano, o sea como representante en la tierra de Ra, el gran dios-sol, el joven rey apenas se nos aparece con figura clara o comprensible, pero, en cambio, se nos hace fácilmente inteligible como criatura de inclinaciones humanas normales, amante de la caza y deportista apasionado. Aquí nos encontramos con ese «toque de la naturaleza que nos hace familiar el mundo entero».

Los aspectos religiosos de la mayoría de los pueblos se modifican a través del tiempo, las circunstancias y la educación. En algunos casos los sentimientos frente a la muerte y sus misterios son refinados y espirituales. Al aumentar la cultura, el amor, la piedad, la pena y el afecto encuentran modos de manifestación y de expresión más refinados. Hay buena evidencia de ello en los epitafios griegos y en las inscripciones funerarias latinas. Pero si los aspectos más delicados del dolor parecen haber sido manifestados menos explícitamente por los egipcios, es más bien a causa de que los sentimientos más íntimos del ser humano parecen estar abrumados bajo el peso de sus complejos ritos funerarios, por lo que nos encontramos con que estas emociones están ausentes. La idea alrededor de la que giran estos ritos es la creencia en la supervivencia del alma humana. Ningún sacrificio se consideraba excesivo para fortalecer esta creencia e imprimirla sobre el mundo. A sus ojos el más allá parece haber tenido mayor importancia que la existencia en este mundo e incluso el estudioso menos profundo de sus costumbres se preguntará sobre la espléndida generosidad con la que este pueblo antiguo solía enviar a sus muertos hacia su último y misterioso viaje.

Sin embargo, aunque la tradición y las prácticas religiosas imperaban en los antiguos ritos funerarios egipcios, su ritual deja lugar para aspectos personales que representaban el dolor de los que quedaban mientras se pretendía dar ánimos al muerto para llevar a cabo su viaje a través de los peligros del más allá, según se desprende del contenido de la tumba de Tutankhamón. Los misteriosos símbolos de su complejo credo no han logrado esconder este sentimiento humano. El erudito se da cuenta de ello poco a poco, al avanzar en sus investigaciones. La impresión de dolor personal se nos transmite tal vez más claramente por lo que sabemos de la tumba de Tutankhamón que por muchos otros descubrimientos, y se nos presenta como una emoción que acostumbramos a considerar de origen relativamente moderno. La diminuta corona funeraria sobre el regio ataúd, la hermosa copa votiva de alabastro con su conmovedora inscripción, la caña cortada por el propio joven a la orilla del lago, atesorada por sus sugestivos recuerdos: estos objetos y otros muchos ayudan a transmitir un mensaje: el de los vivos llorando a los muertos.

Un sentimiento de pérdida prematura le sigue a uno tenuemente por toda la tumba. El joven rey, evidentemente lleno de vida y capaz de disfrutarla, ha comenzado —¿quién sabe bajo qué trágicas circunstancias?— su último viaje a poco de alcanzar la madurez desde los radiantes cielos de Egipto hasta las tinieblas del oscuro más allá. ¿Cómo podría expresarse mejor la pena? En su tumba percibimos un esfuerzo por plasmarla y así la emoción, expuesta de un modo tan comedido y elegante, es la expresión de un dolor humano que une nuestra solidaridad a un dolor manifestado hace más de tres mil años.




Sabemos que políticamente el corto reinado y vida del rey debieron de ser particularmente difíciles. Es posible que fuese el instrumento de oscuras fuerzas políticas que actuaban detrás del trono. Es una conjetura razonable, por lo menos así lo dejan entrever los pocos datos de que disponemos. Pero por mucho que Tutankhamón fuera un instrumento de movimientos político-religiosos, cualquiera que haya sido la influencia política que ejerció o cualesquiera que fuesen sus propios sentimientos religiosos, si es que los tenía, lo cual nunca podremos saberlo, hemos reunido, en cambio, una cuantiosa información acerca de sus gustos e inclinaciones a través de las innumerables escenas que hay en los objetos de su tumba. En ellas encontramos las más vividas indicaciones de las afectuosas relaciones que Tutankhamón tenía con su joven esposa, así como pruebas de su amor por el deporte, su juvenil pasión por la caza, lo que le hace aparecer tan humano ante nuestros ojos después de un lapso de tantos siglos.

¿Qué podría ser más encantador, por ejemplo, que el panel del trono, representado de un modo tan conmovedor? Por un instante estas imágenes parecen levantarnos por encima del paso de los años, destruyendo el sentido del tiempo. Ankhesenamón, su joven y encantadora esposa, aparece añadiendo un toque de perfume a la gargantilla del joven rey, o dando los últimos toques a su tocado antes de que él presida una ceremonia importante en el palacio. Tampoco debemos olvidar la pequeña corona de flores que todavía conserva un toque de color, la ofrenda de despedida colocada sobre la frente de la imagen del joven rey yacente en su sarcófago de cuarcita.

Howard Carter

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