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Guerra, paz, poesía y reconciliación

Gerry Loose

Paz no es el opuesto de guerra. Empecemos por lo básico. La guerra es un virus que nunca erradicaremos por el uso de la fuerza o por el uso del lenguaje de la fuerza. ¿Cuál fuerza de las armas vencerá a la guerra? Claramente ninguna.

La paz no tiene necesidad de respuestas, dado que es el estado natural de todos nosotros. Donde vivimos armoniosamente, donde una madre alimenta a su bebé sin miedo, donde mujeres transitan caminos tranquilos.

La paz llega cayendo lentamente, como escribió el poeta W. B. Yeats; es otra forma de ser, un camino de paciencia, de compasión y sabiduría, de lento vivir, absolutamente distinto al ritmo y la furia y las instantáneas destrucciones de la guerra.

La poesía, y el lenguaje de la poesía, son un antídoto contra la guerra  –no necesariamente el único–, pero no obstante expresión de una asertiva y positiva fuerza que niega la posición de la guerra y el poder opresivo. Es un pensamiento de punta de diamante con total claridad de visión que paradójicamente se escabulle cuando lo examinamos muy de cerca. Es como algo sobre la periferia de la visión nocturna, que mirado de frente, desaparece. No contiene respuestas directas, pero su vitalidad, su vigor, sostienen un espejo ante la inhumanidad de la guerra y las serenidades de la paz y a aquellas pequeñas luchas diarias libres de las opresiones de los belicistas.

La mente de la poesía es la de un principiante. Como la lógica de un niño, hace y deshace preguntas inapropiadas. Por inapropiadas quiero decir preguntas que alcanzan el corazón de aquella lógica por la cual matar se normaliza. El póstumamente publicado Libro de las preguntas de Neruda, como ejemplo, voltea patas arriba nuestras aparentes verdades o a aquellas de nuestros políticos y líderes, de una manera simple y sabia que jóvenes y viejos tienen en común: “Cuán inmenso era el pulpo negro / que oscureció la paz del día?” exige respuestas a muchas preguntas que no habíamos pensado antes.

El papel de la poesía en la paz, entonces, no siempre es directo; a menudo nos permite ver, nos da tiempo para pensar, para investigar; y con aquella indagación poseemos la mente del principiante, con el cuestionar evitamos el pensamiento racional que nos ofrece  sólo soluciones binarias: la mentira que nos ofrecen: que debemos hacerle la guerra al terror, que tenemos que matar a otros por sus transgresiones percibidas.  No arreglas un problema con la mente que lo produjo.

Aquella poesía que le dice la verdad al poder es casi banal ahora, pero es una necesidad. ¿Quién más lo haría sino los poetas?; aunque no los poetas solos. En su Defensa de la Poesía, Shelley escribió que los “poetas son los legisladores no reconocidos del mundo”. Que poderosos y opresores escuchan las canciones y los versos de los poetas es claro cuando examinamos la cantidad de voces que varios regímenes a través del mundo tratan de silenciar con sentencias a prisión, tortura y muerte. Sus palabras son vistas como lo que son: una amenaza al status quo de militancia y despotismo.

Pienso en el poeta palestino Ashraf Fayadh, sentenciado a 8 años de prisión y a 1000 latigazos, a partir de falsas acusaciones de blasfemia en Arabia Saudita, su hogar, dado que el suyo propio ha sido saqueado en actos de guerra. “La poesía es poderosa contra la locura criminal de un estado desquiciado” escribió Margaret Randall sobre su caso. Pienso en otro poeta palestino, una mujer, Dareen Tatour, sentenciada a tres meses de prisión y ahora bajo arresto domiciliario. Su poema (Resiste, pueblo mío, resísteles) traducido al hebreo, fue leído como evidencia en su contra en una corte de Nazaret, donde fue acusada de “Incitación a la violencia contra el Estado”. 

Reflexionemos sobre otros poetas prisioneros en el mundo árabe: Wael Saad Eldien, Adel Labad, Abdulmajid al Zahrani; de mis propios amigos ahora en exilio en Escocia, desde sus propias tierras prisioneros y torturados por “llevar palabras” Ghazi Hussein, Iyad Alhiatly.

Dediquemos un momento a la verdad hablada por el nigeriano Chris Abani, tres veces encarcelado por sus palabras, y una vez en el corredor de la muerte.

Otro momento para el “poeta del pueblo” sudanés, Mahjoub Sharif, prisionero un total de 17 años.

La lista continúa, en el pasado como en el presente, prisioneros o asesinados: Wole Soyinka, Federico García Lorca, Osip Mandelstam, César Vallejo, Ismael Cerna, Armando Orozco Tovar, quienes abandonaron la lucha armada y decidieron promover el cambio social con su escritura: prisioneros muchas veces. No dudo que tú, querido lector, ya estás enfermo con esta lista, pero también podrías añadirte a ella.

¿Dónde entonces va la poesía después de los horrores? ¿Cómo hacen los poetas para trabajar contra estas fuerzas? Son los poetas quienes dan a la tierra su sal, he escuchado decir. Los poetas nos recuerdan los enigmas y bellezas de la existencia, las cosas que no pueden ser compradas o vendidas. Lo que demuestra una y otra vez, no menos por la ira que despierta, que hay otros caminos, que la vida es diversa, que vale la pena celebrar y que el miedo se expulsa con el amor. La poesía es celebratoria.

Hay un uso social para la poesía; oblicuo o directo, hecho por el buen público con aspiraciones culturales. La poesía tiene la energía para sanar. La poesía tiene paisajes enteros como letras, estrellas y hojas, juntas.

Por supuesto, soy un poeta, no un tonto. No creo que un poema derrote una bala; pero sí puede afectar el pensamiento del hombre cuyo dedo está sobre el gatillo. Más fácilmente no puede hacerse. He leído mi obra a las puertas de Faslane, hogar de la flota británica de armas nucleares submarinas.  Allí, entre multitudes, hay militares y policías que se detienen y escuchan. ¿Dónde podrían terminar mis palabras en sus cabezas? ¿Cuándo sus amadas se acerquen, temerosas de la oscuridad? He recorrido los sitios de prueba de armas atómicas de los desiertos de Estados Unidos, dejando semillas y sílabas-semillas de paz, y de nuevo, donde aquellas armas fueron usadas en Japón.  No es porque yo sea valiente (no lo soy) sino que soy humano y como todo aquel que he conocido, deploro la guerra y haré lo que esté en mi poder, como persona de paz, como poeta, para hablar contra ella y hacer que la gente se reúna, para actuar en reconciliación.

El activismo es también entonces una forma de poesía; es poesía o puede acompañar a la poesía. Pequeños actos de resistencia, como las canciones de Pussy Riot, como sentarse frente a los tanques y frente a las puertas de las fábricas de armas: estos son reflexivos actos poéticos. Desafían, pero no violentamente.

Este entonces es uno de los propósitos de la poesía al servicio de la humanidad pacífica: crear las condiciones del pensamiento por medio del cual no sólo la paz, sino posiblemente lo resultante, sino también pensamiento y compasión, justicia y reconciliación, puedan empezar.

La justicia tiene que suceder, pero la gracia empieza a través de la reflexión y el perdón. Como poetas sabemos entonces que tenemos que subvertir y las herramientas –las palabras son todo- aquello que tenemos para hacerlo. Es claro que nuestro lenguaje, no el lenguaje de la guerra o el despotismo y la opresión, sino nuestro léxico con su oblicua vista de mente de principiante podría funcionar hacia la reconciliación.

No hay nadie sino nosotros; y aquellos que trabajamos y aquellos que trabajan con nosotros son uno y lo mismo. Walt Whitman:

Reconciliación

Palabra que abarca todo, ¡bella como el cielo!
Más bella que la guerra y sus matanzas, que han de desaparecer absolutamente;
Que las manos de las hermanas Muerte y Noche, incesantemente lavando con suavidad una y otra vez, este mundo mancillado,
… pues mi enemigo está muerto —un hombre divino como yo está muerto—;
Miro donde yace, pálido y quieto, me acerco al ataúd;
me agacho y toco delicadamente con mis labios su rostro blanco en el ataúd.

(Hojas de hierba)

¿Cuál compasiva realidad? Una comprensión de que las guerras son entre hermanos y padres, a menudo llamadas guerras civiles, guerras que han devastado países a lo largo del mundo: Guatemala, Irlanda del Norte, Colombia, Nigeria, Ruanda, la antigua Yugoslavia. Sabemos que tenemos un suelo común con nuestros hermanos, nuestros padres. Nuestras madres y hermanas sufren al máximo.

Hay una paradoja aquí. La poesía de la guerra y del conflicto es algo a lo que la gente reacciona; la poesía que expresa el sufrimiento, expresa las emociones de la gente atrapada en la confusión, precisamente porque tal poesía puede traer sanación, puede ayudar a confortar a los oprimidos. Esto se consigue, no por palabras polémicas o marciales, sino por permitir al pensamiento y al tiempo y al sufrimiento de la experiencia entrar a sanar las heridas: Yo no estoy solo.  Con la fuerza de las palabras y mis camaradas y mis primos y hermanas, hay esperanza. Puede haber perdón y puede empezar el trabajo hacia la reconciliación. Conocemos el poder de los impotentes, el poder de la palabra sola.

Doy testimonio; la poesía puede permanecer a un lado del conflicto y hablar de amor: porque es aquel la sustancia de la poesía, lo que realmente da a la tierra su sal. Mi amiga Maud Sulter, poeta de Ghana y de herencia escocesa, cuando le pregunté qué tipo de poesía escribía, respondió: “Al final, sólo está la poesía de amor. Esa es la que yo escribo”.

Hablé de poesía sosteniendo un espejo ante el opresor. Interesante entonces, que en otras culturas, la poesía es parte de la sanación y de rituales de auto reconocimiento, hechos para vernos a nosotros mismos claramente y que otros puedan verse a sí mismos.  La palabra puede ser parte de elaborados o simples rituales concernientes a música y teatralidad, como en el caso de Pussy Galore, o el de las canciones sanadoras del pueblo Dine en Norteamérica. Cannupa Hanska Luger, un nativo americano nacido en Standing Rock, y un artista del corazón de la protesta contra los oleoductos de Dakota del Norte, ha concebido un espejo real, barato y fácil de ubicar en las manos de quienes protestan para mostrar a la policía militarizada en sus uniformes blindados con sus cañones de agua y balas plásticas y gas lacrimógeno, precisamente como se ven. Esto es lo que yo llamo la acción de la poesía: no violenta, imaginativa y creadora.

Pero encima de todo está la palabra que usamos. Las palabras de la poesía al final cargan más peso, más significado que las palabras de la diplomacia, que son las palabras comunes de resolución de conflictos y reconciliación. Las palabras de la poesía son las palabras que empleamos en nuestra jornada para describir la ternura, para definir la alegría y la placidez. Palabras para construir y complacer, no para desafiar y someter.

Diplomacia es conflicto sin armas. Nuestro vocabulario poético debería cargar lluvia en la tarde, limones en las bocas de las iguanas, paja en el viento del oeste, una bola rodando por la calle, un salmón nadando a contracorriente, un arrullo maternal. Nuestras canciones deben deleitar e iluminar, echar luz y luminiscencia, resplandeciendo con amor por el planeta y nuestras criaturas compañeras. Fue siempre aquel camino. En el principio era la palabra. Nuestros poemas deben encontrar su camino hacia el principio, la mente del principiante, y demostrar que existen caminos hacia adelante y hacia la reconciliación.

Cómo la poesía puede lograr aquello es múltiple y diverso, como las voces enraizadas de la canción, como las llamadas voces del movimiento global del poeta Sam Hamill, Poetas Contra la Guerra. Celebraciones como el espléndido Festival Internacional de Poesía de Medellín, a cargo del poeta Fernando Rendón. Hay muchas formas, como hay muchos poetas.

El poeta escocés Alan Jackson escribió una vez: “Glasgow está llena de poetas/tienen un metro de altura/y todos comen helado” (Parafraseo). Pero son los poetas quienes pueden, como los niños, mirar claramente, hacer simples, reflexivas preguntas más que aquellos que recorriendo las diplomáticas, normales y punitivas rutas hacia la justicia y la reconciliación nunca pensarán en preguntar: están cerrados en la binaria retórica de la oposición. Ondean banderas.

Es la poesía la que puede construir puentes, no muros. Es lo impensable que necesitamos pensar. Si la guerra no puede derrotar a la guerra, y si las acciones judiciales no pueden traer reconciliación, entonces puede ser, sólo puede ser, que el vigor y la íntegra honestidad de la poesía puedan ayudar.

Nosotros, los hacedores de poesía, estamos obligados por moralidad y por tradición a brindar ayuda. Ofrecer palabras que reemplazarán las palabras cansadas que ha habido, para rehacer el mundo en modos nuevamente nombrados; para crear los nuevos mitos de la equidad y la reconciliación. ¿Quién sabe quién puede oír? ¿Quién sabe qué pueden ser los frutos de nuestras canciones?


Gerry Loose es un poeta y activista cuya obra a menudo se encuentra inscrita en parques, jardines, hospitales y otros espacios al aire libre, así como también en galerías y en muchas publicaciones impresas, catálogos y libros.  Sus más recientes libros son: Falla geológica, y Un almanaque de robledos. Otros títulos incluyen: Aquella persona misma –registro poético de un tour a pie por sitios de pruebas nucleares en Estados Unidos, así como en Hiroshima y Nagasaki e Impreso sobre agua, nuevos y selectos poemas. Sus premios incluyen: Hermann Kesten Stipendium, Kone Foundation, Creative Sclotand y la Beca de investigación Robert Louis Stevenson. Es miembro del Pen escocés y fundador y primer director del Centro de Escritores de Escocia.

Ha tenido residencias en varios Jardines Botánicos, incluyendo los Jardines Botánicos de Glasgow y El jardín de las plantas, en Montpellier. Un ejemplo creciente de su escritura-terrestre puede encontrarse en Mynamaki, Finlandia.

Él no hace distinción alguna entre su producción poética y su arma política anti-nuclear, activismo contra la guerra.  Vive en una pequeña isla retirada de la costa oeste de Escocia, cerca de Faslane, sede base de armas nucleares submarinas británicas.


Por Gerry Loose
Con información de Prometeo

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