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¿De qué está hecho el español?

A todos nos enseñaron que el español es una lengua romance. Algunos, por estar más atentos a los partidos de fútbol o a los personajes de Chespirito, lo olvidaron.

Que eso significa que es una transformación del latín era un conocimiento más o menos extendido.

Pero que nuestro idioma incluye palabras provenientes de más de media docena de lenguas es algo que no todos tenemos presente.

Es el español lenguaje de una nación que fue una especie de crisol en el que se fundieron diversas culturas a las que luego se sumaron las de América.

La denominación “español” proviene, obviamente de España, aunque allá no terminan de ponerse de acuerdo si en realidad debe llamarse castellano.

La divergencia surge de la variedad lingüística de la Península, donde las comunidades autónomas tienen sus propias lenguas. Consideran que la lengua del reino es la de Castilla, que no es la de todos, aunque todos la usen para comunicarse.

La oficialista Real Academia toma la siguiente determinación:

“Español. Para designar la lengua común de España y de muchas naciones de América, y que también se habla como propia en otras partes del mundo, son válidos los términos castellano y español. La polémica sobre cuál de estas denominaciones resulta más apropiada está hoy superada. El término español resulta más recomendable por carecer de ambigüedad, ya que se refiere de modo unívoco a la lengua que hablan hoy cerca de cuatrocientos millones de personas. Asimismo, es la denominación que se utiliza internacionalmente (Spanish, espagnol, Spanisch, spagnolo, etc.). Aun siendo también sinónimo de español, resulta preferible reservar el término castellano para referirse al dialecto románico nacido en el Reino de Castilla durante la Edad Media, o al dialecto del español que se habla actualmente en esta región. En España, se usa asimismo el nombre castellano cuando se alude a la lengua común del Estado en relación con las otras lenguas cooficiales en sus respectivos territorios autónomos, como el catalán, el gallego o el vasco.” (Diccionario panhispánico de dudas).

No olvidemos que el conquistador hablaba en “castilla”.

Decía que la península Ibérica fue un crisol. Cuando los romanos llegaron a Hispania lo hicieron con su latín de soldados, el habla popular, e impusieron su lengua. Pero no hay conquistador que no resulte conquistado. Los hispanos se sentían de Iberia y hablaban ibérico y en algunas partes celta.

El latín fue asimilando expresiones de esos idiomas.

El mismo latín tenía incorporado vocabulario de origen griego, como sabemos los que en la preparatoria debimos estudiar etimologías grecolatinas (Los del CCH eran felices de haberse salvado de esa materia, pero lo han pagado con lagunas culturales, a veces incomprensibles).

Así que el latín dejó de ser lo que era para convertirse en una nueva lengua a la que llamamos español.

En otras regiones ocurrió un fenómeno similar y aparecieron el italiano, el francés, el portugués y el rumano.

Bien habían desarrollado los hispanos su nueva lengua, cuando les cayó el Islam.

Entre leyenda e historia está “la pérdida de España” por la traición de don Julián, quien afrentado en el honor de su hija a manos de don Rodrigo, abrió las puertas de Ceuta a los árabes para que invadieran Tarifa y desde ahí se apoderaran del reino.

Los árabes dejaron su impronta en nuestra lengua. Palabras como almohada, almanaque, alforja, alcalde, alférez, elíxir, café, alhóndiga, azulejo, zafiro… nos vienen de esa visita.

Con los romanos y los árabes venían también judíos, que nos legaron palabras como rabino, Torá, talmudista, Talmud, maná, moisés (ya en decadencia por la aparición de los bambinetos y otras cunas).

Y en eso llegó doña Isabel de la mano de don Fernando, los muy católicos reyes y ¿qué creen?, consumaron la Reconquista. Echaron a los moros y expulsaron u obligaron a convertirse a los judíos.

Inquietas como eran sus católicas majestades, prestaron oídos a las descabelladas ideas de Cristóbal Colón y le financiaron el viaje que lo trajo a estas tierras.

Creció así la lengua que incorporó modos de decir y nombres de productos por Europa desconocidos. Chocolate, guajolote, nixtamal, aguacate, mexicano, papa, jitomate… La lista es larga, pues incluye, además del náhuatl, a idiomas como el quechua, el maya, el zapoteco

No conformes, al de Aragón y a la de Castilla se les ocurrió casar a su hija Juana (después conocida como La Loca), con un príncipe austriaco, para más señas apodado El Hermoso. Éste, Felipe de nombre, era archiduque de Austria, duque de Borgoña y conde de Flandes.

La pareja tuvo un hijo que ascendió al trono de España sin hablar español. Sus lenguas eran el alemán y el flamenco. Paradójicamente, don Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, terminó sus días en el monasterio de Yuste, donde se tiene el primer registro escrito de nuestra lengua en las Glosas Emilianenses.

De esos idiomas nos quedan vocablos como bigote, brandy, brindis, káiser, babor, bauprés, corbeta, demarrar, dique, duna, estribor, filibustero, flete, pólder, tinglado, escorbuto. También berbiquí, cabaret, crujir, flamenco, garlopa, maniquí y rebenque.

El Renacimiento, surgido en Italia, llevó a toda Europa, España incluida, la influencia del italiano. Por eso cantamos a capela, tocamos el piano y usamos pistolas y escopetas.

La vecindad, pero sobre todo la geopolítica, introdujeron palabras del gabacho (francés), con la Enciclopedia y, especialmente en la época de los afrancesados de Carlos IV y su valido Godoy. Claro, la invasión napoleónica, dejó lo suyo.

De la lengua gala nos viene bebé, chofer, boutique, sabotaje, biberón, bitácora, bombón, canica, gendarme…

Por si hiciera falta, en México tuvimos el Imperio de Maximiliano y Carlota para expandir la influencia del francés.

Del japonés tenemos la influencia llegada con el Galeón de Manila (la Nao de China) y luego con la presencia de una importante comunidad nipona que nos trajo el chamoy, sashimi, tsunami, sushi, onigiri y el nombre de personaje de telenovela Oyuki, la del pecado.

Luego viene la hegemonía yanqui en el mundo y, sobre todo, el predominio tecnológico que obliga a incorporar vocablos que no existen en nuestro idioma.

La historia no termina ahí. Las lenguas están vivas y se transforman. La nuestra no es la excepción. Con el paso de los años, los dialectos del español serán lenguas distintas, como pasó con el latín. O, como en el caso del spanglish, irán creciendo por las particulares condiciones de la migración.


El artículo 18 de la Constitución de la Ciudad de México, en proceso de elaboración, establece que los animales son “seres sintientes”.

Como la palabreja no figura en el DLE iba yo a incluirla en la sección de abajo, pero investigando un poco me encontré con que el Diccionario panhispánico de dudas sí considera el término en el lema “sentir”. Dice: “Pertenece a la familia de este verbo el adjetivo sentiente (‘que siente’), forma que deriva directamente del latín sentiens, -entis (participio de presente de sentire) y es la preferida en el uso culto: «La energía estimular sólo es potencialmente estimulante; para que de hecho estimule precisa del otro término de la relación, el organismo sentiente» (Pinillos Psicología [Esp. 1975]). No obstante, la variación vocálica que el verbo sentir presenta en su raíz —sentimos, sintió— ha favorecido la creación de la variante sintiente, también válida: «Ponen especial énfasis en no dañar a ningún ser sintiente» (Calle Yoga [Esp. 1990]).”


Regaños. En la tele, para variar. El reportaje era sobre la marimba y entrevistaban a Carlos Nandayapa. En la pantalla se leía “precursor de la marimba”, evidentemente el productor de ese programa desconoce el significado de la palabra. Precursor es el que antecede, el que da origen. Y ni siquiera don Zeferino Nandayapa, padre de Carlos, fue “precursor” de un instrumento de origen africano y cuya forma moderna data del siglo XIX. Lo que sí, don Zeferino fue gran promotor del instrumento y ahora lo son sus hijos.


El lector Eduardo Morales añade una unidad de medida al listado de la entrega anterior de Giros: “Otra medida de la cual no tenemos conocimiento o casi no la aplicamos es el geme (Medida que corresponde a la distancia entre las puntas de los dedos índice y pulgar en la máxima extensión posible).

Mi madre la mencionaba cuando nos tejía suéteres —falta un geme— o bordaba”.


A la inquietud de El Arca de Arena por saber cuál es el verbo que describe la acción de contar versos respondió Francisco Báez con la métrica y recibió una propuesta en el mismo sentido de Marielena Hoyo. Dice la colega: “Podría tratarse de los verbos “metrificar”/“versificar”, para lo correspondiente a la acción de medir versos (métrica). Igual y no, pero ya ve que me encantan sus retos.”

Pues, no. La palabra es “escandir”

Hoy pide El Arca una palabra de origen árabe que en España significa residuo y en el norte de México equivale a morona.

Por Carlos Alberto Patiño
Con información de Crónica

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