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Esclavas de la guerra, mujeres de dos lenguas

Un fragmento del cómic El piano oriental, de Zeina Abirached.
Un fragmento del cómic El piano oriental, de Zeina Abirached.

Brigitte Findakly y Zeina Abirached dibujan dos libros sobre la expulsión de su tierra y su impulso por el deseo de encontrar su propio territorio, libre y sin represión. Un mapa lingüístico.

Brigitte Findakly pasó en Irak los 13 primeros años de su vida y huyó con su familia de Mosul, en 1973, por ser cristianos. Zeina Abirached nació en Beirut, en 1981, y lo abandona con 23 años por la guerra civil. También se refugia en París. Brigitte tuvo un bautizo cristiano ortodoxo, otro católico, estudió el Corán en la escuela pública y aprendió francés con un monje dominico. Cuando Zeina era pequeña hacía los deberes en el escritorio donde su abuelo escribía sus traducciones del árabe al francés y del francés al árabe durante la época colonial. Ambas tejen desde su niñez un idioma compuesto por dos hebras frágiles. Las dos son autoras de cómics.

Findakly cuenta su experiencia en Las amapolas de Irak (Astiberri), un álbum en el que enfatiza los contrastes culturales entre oriente y occidente y el conflicto perpetuo por el que atraviesa el país hasta la llegada del Estado Islámico. El libro arranca, precisamente, con la destrucción de Nimrud, una de las capitales de Asiria, por la barbarie del grupo terrorista. Esas ruinas en las que ella se fotografiaba con sus padres ya no existen. Ese es el punto de partida del cómic que comparte con su marido Lewis Trondheim, referente indiscutible desde la publicación de Génesis apocalípticos (2003), para desarrollar un relato crudo a partir de recuerdos. No hay proclamas, no hay mensajes, sólo ironía silenciosa que estalla en el paladar del lector.

Una página de Las amapolas de Irak, de Findakly y Trondheim.
Una página de Las amapolas de Irak, de Findakly y Trondheim.

Zeina también encuentra en el francés un refugio y una salvación. El idioma es la casilla de la nueva vida, la oportunidad de escapar de la violencia y la barbarie, pero también de convertirse en la portadora de un tesoro en el que caben dos mundos opuestos con vías de comunicación. Esa es la metáfora de El piano oriental (Salamandra Graphic), un libro espectacular, menos sobrio que Las amapolas de Irak, con más fantasía en el tratamiento visual y narrativo, casi un cuento legendario. Abirached cuenta la historia de Abdalah Kamanja, un personaje creado a partir de su bisabuelo, músico que construyó un piano capaz lanzar un cuarto de tono y de interpretar, por tanto, las melodías árabes. La autora cruza su vida con la de su bisabuelo, en los cincuenta y sesenta, y deslumbra con el reflejo del Beirut imposible: en paz, hedonista, dorado, estimulante, espléndido.

UN MAPA SIN LÍMITES

Ellas emprenden su propio viaje, impuesto pero infinito, obligado pero libre, un viaje cultural sin fronteras geográficas ni lindes políticos. Son los suyos mapas para escapar de los límites de la dictadura. La única geografía que conoce la lengua es la del cuerpo humano. La lengua no es un impedimento, es un pegamento. La identidad no atiende a cuestiones físicas y políticas, que como decía María Zambrano, “nacer es proyectarse en un ser que aspira a la posesión del universo”. Y la llave de acceso es la lengua.

Una escena de El piano oriental.
Una escena de El piano oriental.

Abirached se siente extranjera en un país extranjero en una zona de Beirut que nunca había pisado. Cuenta que no tenía puntos de referencia, que pasó un tiempo sin poder articular palabra, ni francés ni árabe. Todo parecía un idioma extranjero. Hasta que, poco a poco, en aquel nuevo territorio su idioma reapareció. Su idioma era único y doble: “Me di cuenta de que el francés y el árabe están íntimamente unidos en mí, inextricables, el francés y el árabe son mi idioma”.

Expulsadas de su tierra, impulsadas por el deseo de encontrar su propio territorio. Sus islas lingüísticas. Así configuran un atlas cuya población quiere abrirse al mundo con un patrimonio cultural indestructible: la pluralidad lingüística. Y en ese lugar, encontrarse con uno mismo y poder concentrarse en lo que verdaderamente importa: viajar con la imaginación a lo largo de un mundo sin represión.

Por Peio H. Riaño
Con información de El Español

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