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Los tejidos nobles de Oriente

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En la sociedad islámica los tejidos han tenido siempre una importancia capital, pues además de su uso práctico obvio para la vestimenta y la decoración –que es básicamente textil– han servido también como indicativo, según las calidades de los mismos, de la clase social a la que se pertenece, y dentro de las clases aristocráticas y la realeza, constituían una verdadera exhibición de poder o lujo.

En otro orden de cosas, estas telas han sido a veces el soporte de informaciones que han llegado hasta nuestros días, pues en algunas de ellas se insertaban inscripciones como por ejemplo la tela púrpura de Aquisgrán –hallada en el sepulcro de Carlomagno– que lleva el nombre de dos funcionarios imperiales y del taller del Zeuxippe, cerca del Gran Palacio en Constantinopla, donde se realizó.

Las telas musulmanas gozaron de gran prestigio; sus producciones no sólo reflejan el gusto por la belleza de estos pueblos, sino que han servido también  para plasmar su historia sagrada y la de sus mitos. Los textiles orientales fueron causa de admiración por los nativos de la Península Ibérica cuando llegaron hasta nuestras tierras, hasta el punto que estos y otros refinados y lujosos artículos, así como otras sofisticadas prácticas y usos, hicieron que la población cristiana empezase a sentirse, primero atraída, y más tarde fascinada, por la nueva cultura que se había asentado en su territorio y que intentaba trasladar hasta aquí la sofisticación y el alto nivel de vida a que estaban acostumbrados en Oriente. De ahí que se acuñara una expresión como “lujo oriental”; el consabido “arte de vivir”, del que también hacían gala los andalusíes, y que contrastaba de manera feroz con la mentalidad cristiana de la oscura Edad Media, en la que la misma religión –en sentido totalmente opuesto– proclamaba que la vida era “un valle de lágrimas”.

La capital de Imperio Bizantino es célebre por la exquisitez de sus producciones textiles de lujo, incluso mucho más allá de sus fronteras. La decoración de sus sederías se hace cada vez más intensa; en ellas se escenifican distintos relatos, inscritos en una serie de medallones en los que, a su vez, se intercalan palmeras y otros elementos florales y vegetales. Entre sus huecos se utilizan rombos e intricadas lacerías, a modo de relleno, culminando en florones. En el interior de los medallones, se relatan, como hemos apuntado, distintos episodios tales como escenas de caza. Es el caso de la famosa tela que encargó el rey sasánida de Persia del siglo III Bahram-Gour, para decorar sus aposentos, donde quería dejar constancia y perpetuar una hazaña increíble. Inscritas en las secuencias marcadas por los distintos medallones, las escenas muestran un cazador a caballo –ataviado según el gusto iraní y protegido por un casco sasánida– apuntando con su arco a un onagro y a un león, consiguiendo, según relata el historiador Tabari (m. 923) alcanzar a ambos antes de ser devorado por la fiera.

De estos suntuosos tejidos, la mayoría sobrevive en iglesias europeas, y apenas quedan rastros en su lugar de origen. Estas telas eran utilizadas para envolver las reliquias de los santos y para elaborar las casullas y trajes religiosos. De estas magníficas producciones sólo quedan in situ las que fueron producidas por los coptos.

Los brocados también se utilizaron como material decorativo entre la realeza: aplicados en los manteles para los grandes banquetes, cubriendo los muebles, además de utilizarse en la confección de los ropajes que eran privativos de los reyes y su corte. Este suntuoso tejido se cree que es originario de China, y viajaría hasta Occidente a través de las rutas caravaneras que atravesaban Persia y los países árabes, hasta llegar a Bizancio y terminar en Europa. El brocado se consagra como la producción textil más exquisita en Oriente Medio, originario de Damasco (Siria); de ahí que se acuñe la denominación genérica de “damasco” para definir los tejidos nobles, tejidos de lujo de labor exquisita, con independencia del lugar en que se hubiesen producido. Las miniaturas persas de época medieval muestran los tejidos ricamente elaborados, con bordados de exuberante colorido, y una gran variedad de temáticas como flores, pájaros, árboles, escenas bucólicas de jardines… Los árabes se ocuparon de trasladar esta habilidad artesana hasta el norte de África, y luego a al-Andalus; de hecho, la palabra inglesa broderie deriva de la española “brocado”, que es una corrupción del término “bordado” en latín vulgar, pues probablemente fuera en Inglaterra donde se vieron los primeros, aunque es casi seguro que su manufactura fuera italiana. En un inventario de las pertenencias del rey Eduardo IV, realizado tras su muerte, en 1480, aparecía en un listado “una toga de satén bordada en oro”, similar a las que se utilizaban en aquella época en Génova y Florencia. Siglos más tarde, en el XVII, Lyon se convierte en el mayor centro del bordado en Francia.

Fiona Carsley
El legado andalusí

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