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De la Bahía de Cádiz a los Alcornocales

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Frente al embravecido Atlántico, las quietas aguas de la Bahía de Cádiz. A sus orillas asoman algunos de los pueblos y ciudades más importantes de la provincia. Frente a la capital, de izquierda a derecha, se hallan Chipiona, Rota, El Puerto de Santa María, Puerto Real y San Fernando. Las cuatro ciudades conforman más que un área metropolitana. Es un paisaje urbano y natural a la vez, horizontal y blanco, sujeto a los caprichos del viento y los vaivenes del océano.

La Bahía, además, es parque natural, una sucesión de esteros, lucios, marismas y bosques de pinares centenarios donde el hombre ha faenado desde hace siglos y ha atracado sus grandes navíos antes y después de sus travesías trasatlánticas.

El Vaporcito, nombre popular con el que se conoce al buque Adriano III, está catalogado Bien de Interés Cultural, unía Cádiz con El Puerto y era uno de los emblemas más queridos de la Bahía hasta su hundimiento hace cinco años. Antes de que un puente uniera las orillas del istmo gaditano con la tierra firme peninsular, el Vaporcito era el único modo de salvar la distancia que separa Cádiz y El Puerto. Un tren, cuyo trazado continúa siendo el mismo, apeaba viajeros en la estación de El Puerto para continuar después camino de San Fernando y terminar al fin en la estación de Cádiz, próxima a Puerta Tierra, cubriendo el agotador trayecto que unía la capital de la provincia con la capital del país.

La Bahía de Cádiz queda en mitad de todo, un lago marinero poblado de barquita, donde anidan aves blancas y zancudas y donde los troncos incrustados en las profundidades cenagosas de las orillas advierten de las mareas y de los humores de la mar. Es muy conocida la antigüedad de estas tierras. Están muy pregonadas las crónicas que vinculan Cádiz y su Bahía con los fenicios, los griegos y romanos. Se ha escrito mucho sobre aquello y sobre la estrecha relación que Cádiz y sus pueblos mantuvieron con América cuando la Casa de la Contratación y el Consulado de Indias fueron trasladados a principios del siglo XVIII desde Sevilla hasta aquí. La capital gaditana, la Tacita de Plata como de un modo cariñoso se la llama, ha ejercido un papel preponderante en esta área geográfica. Pero no es la única que ha fortalecido la imagen de la Bahía.

El Puerto de Santa María es una ciudad histórica, atractiva, culta y ligada al vino y los mariscos, esparcida en la desembocadura del río Guadalete que desde muchos kilómetros antes es una ría a la que asoman las barcazas de los pescadores. El origen de El Puerto es similar al de la metrópoli. En estas aguas desembarcaron griegos y romanos cuyos restos, ánforas y otros enseres que hablan de un pujante comercio por el Mediterráneo.

Siglos después El Puerto vio como los árabes levantaban un castillo que los cristianos reforzaron tiempo después consagrándolo al apóstol San Marcos. Los barrios viejos de El Puerto acusan aires aristocráticos, al igual que los de la vecina Jerez.

La Casa de las Cadenas es uno de los más notables monumentos de la arquitectura civil andaluza. Conocida también como la del Vizarrón, fue construida a lo largo del siglo XVII. Es barroca y en ella se exhibe una esbelta y airosa fachada abierta a un patio de grandes columnas y elementos señoriales. La Iglesia Mayor Prioral es el gran edificio religioso de la ciudad. Toma asiento en la zona alta de la ciudad desde mediados del siglo XV. Su primer maestro de obras fue Alonso Rodríguez, que ya había trabajado en la Catedral de Sevilla. Su interior está dispuesto en torno a tres naves cubiertas por bóvedas góticas. Sus capillas son hermosas, están llenas de luz y ya acusan los tiempos del barroco. Algunas de ellas acogen algunas de las más vivas imágenes religiosas de la provincia de Cádiz que procesionan las tardes y las noches de Semana Santa con similares maneras a como lo hacen la mayor parte de los desfiles de la Baja Andalucía, condicionadas por el barroco sevillano.

El Puerto, además, es un pueblo poético. Rafael Alberti nació donde hoy abre sus puertas una casa museo que acoge buena parte de su memoria. Las salas exponen enseres personales, pinturas, libros y manuscritos dirigidos a los muchos amigos que compartió en vida.

Alberti fue uno de los miembros más destacados y longevos de la Generación del 27, conoció a Lorca, trató a Luis Cernuda y se exilió tras la guerra civil del 36. Murió en 1999. Tenía noventa y siete años de edad.

Una carretera atestada de urbanizaciones une El Puerto y Rota. En esta franja costera abren algunas de las mejores playas de la Bahía. La Costilla y el Rompidillo son ejemplos de luz y de calidez. Son también las que se asoman a esta ciudad populosa, familiar y tratable. Una de las curiosidades de Rota radica en unas pequeñas ruinas árabes localizables desde la costa donde los peces quedan atrapados durante la bajamar. Es en Rota donde se halla Costa Ballena, y es aquí donde los vecinos se han cuidado de mantener un conjunto de pulmones verdes que invitan al paseo y a la práctica del deporte. El Parque de La Almadraba, poblado de pinos autóctonos, y el parque de El Atlántico son dos ejemplos de conservación y preocupación por el medio ambiente, del mismo modo que los parques dedicados a José Celestino Mutis, el célebre botánico del siglo XVII que figuraba en los billetes de las antiguas dos mil pesetas, y el añorado Félix Rodríguez de la Fuente.

Rota además es dueña de monumentos de cierto interés. No conviene dejarla sin antes visitar el Castillo de Luna que fue construido en el siglo XIII sobre una anterior fortificación árabe o ribat de dos siglos antes. Tiene planta rectangular y está protegido por cinco torreones almenados. Fue utilizado por la dinastía de los Ponce de León, que se hicieron fuertes en esta esquina del sur peninsular, y se cree que los reyes Isabel y Fernando se hospedaron en él durante su visita por estas tierras. El castillo es el símbolo monumental de los roteños y en la actualidad acoge dependencias municipales, aunque se puede visitar los fines de semana. La iglesia de la Caridad que es barroca y la de Nuestra Señora de la O, construida en el siglo XVI son los monumentos religiosos más importantes Próxima a Rota está Chipiona. Su playa más conocida es la de Montijo.

Cuentan que sus cuarenta metros de ancho pueden llegar a desaparecer en su totalidad los días de marea alta. El faro más alto de España – sesenta y nueve metros desde la base- luce en las noches para indicar la entrada al Guadalquivir a las embarcaciones que navegan hasta Sevilla por el río. Sus destellos alcanzan los ciento cincuenta kilómetros.

Hay una carretera dulce y espigada que une el pueblo con Sanlúcar y desde cuyos rincones el río mayor de Andalucía se confunde con el océano. No hay una raya única que establezca el lugar exacto donde el Guadalquivir deja de existir. Hay quien cree que esa raya debería de establecerse por Bajo de Guía o incluso algo más adentro, en el puerto de Bonanza. En realidad, desde muchos kilómetros antes el Guadalquivir se ha convertido en una ría sujeta a los caprichos de las mareas, obligada por el inmenso océano a comportarse como el Atlántico quiera.

Pero aún en esos límites cerrados de sus orillas el río mayor de Andalucía ejerce un poder hipnótico, subyugante, como un imán al que van a parar las miradas de todos los viajeros curiosos.

En Sanlúcar acaba todo. O empieza, según se mire. El último gemido del Guadalquivir muestra al río abierto y desgajado, temperamental, confuso, mitad cauce, mitad océano; fragante y poblado de olas minúsculas, grisáceo. En las faldas de la barranca que baja hasta las orillas de Sanlúcar de Barrameda los árabes diseñaron una ciudad asimétrica, llena de curvas y recovecos. Cuando la ciudad fue cristiana su castillo fue reforzado con una nueva plaza de armas y un conjunto de torreones con vistas a los cuatro puntos cardinales. A su sombra crecieron los palacios y las casas solariegas. De todos destacó el del ducado de Medina Sidonia, que queda próximo a la iglesia de Nuestra Señora de la O y cuyos archivos atesoran desde las legendarias batallas promovidas por Guzmán en Bueno en tierras de Tarifa hasta las controversias de la aristocracia andaluza con el rey Felipe II.

Adscrita a la aventura americana, Sanlúcar de Barrameda inspiró buena parte del patrimonio monumental de las grandes ciudades bolivianas y colombianas. Por las aguas que besan Bajo de Guía salieron las ideas y los anhelos y entró la riqueza derrochada por los malos gobernantes y los funcionarios corruptos. Sanlúcar de Barrameda puede presumir de dirigir los últimos tramos del Guadalquivir hacia el Atlántico. Esta población marinera, conocida por sus carreras de caballos en la playa y por elaborar la manzanilla, una variedad de vino con denominación de origen propia y fama internacional posee un tentador caserío que luce una típica arquitectura andaluza de casas encaladas con un patio interior. Su catálogo monumental pasa por el Ayuntamiento, los conventos de Santo Domingo y de Regina Coeli -todos ellos en la plaza del Cabildo-, el palacio del Marqués de Arizón o la Casa de la Cilla.

De aquel Sanlúcar el Guadalquivir guarda memoria en su obsesión por atrapar la luz, por el sentido íntimo y estético por la vida y la creación, por la belleza, por la historia, por todo cuanto construyó e hizo en Andalucía.

Por Fernando De La Torre
Con información de El Mundo

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