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La música y el genocidio del pueblo armenio

El 24 de abril, el mundo conmemoró el centenario del primer genocidio del siglo XX, el del pueblo armenio a manos del imperio Otomano.

Solomon Solomonian (Komitas) ©Revista Arcadia
Solomon Solomonian (Komitas) ©Revista Arcadia

Ese día, el gobierno de los llamados “jóvenes turcos” ordenó la deportación y posterior asesinato de cientos de miles de habitantes de esa minoría. La orden se cumplió a cabalidad. Se estima que un millón y medio de personas -de una población de tres millones de armenios que vivían bajo dominio otomano-, fueron masacradas o murieron de hambre o fusilamiento en atroces marchas forzadas a los desiertos de Siria y Líbano. Pocas figuras representan para el pueblo armenio la memoria del genocidio como el músico Komitas Vardapet.




Este sacerdote, cantante, etno-musicólogo y director de orquesta fue víctima de las crueldades infligidas a su pueblo. Su verdadero nombre era Solomon Solomonian. Nacido en 1869, en Kütahya, ciudad situada en la región del Egeo, al oeste de Turquía, llevaba la música en las venas. Su padre, un zapatero, era el jefe del coro de la iglesia armenia de la localidad, y su madre, compositora de canciones, además de tejedora de alfombras. Su vida estuvo marcada por la tragedia. A los once años había perdido sus dos padres. La experiencia de la orfandad imprimió un sello a su carácter y a su música. A esa edad, el pequeño Solomon ya había mostrado las luces de su enorme talento y por ello fue enviado a estudiar a Echmiadzin, la ciudad más santa de Armenia. Fue entonces que adoptó el nombre de Komitas, en honor a un renombrado poeta del siglo VII.

Durante sus años de estudiante cultivó su voz y su talento armónico. Tras ordenarse como sacerdote (Vardapet) dentro del rito ortodoxo armenio, el artista emprendió una serie de viajes dentro y fuera de su país. Pasó un año estudiando teoría musical europea en Tiflis (Georgia), antes de viajar a Berlín donde estuvo tres años estudiando piano, técnica coral, teoría y composición musical. A París viajó en dos ocasiones a dictar conferencias sobre música armenia y a interpretar su repertorio ante auditorios arrobados. Tras su regreso a Echmiadzin en 1910, Komitas inició un intenso recorrido por distintas provincias del imperio Otomano en un afán por recopilar la música tradicional de los campesinos.

Entonces sobrevino el desastre. Turquía entró a la Primera Guerra Mundial del lado de las Potencias Centrales (Alemania y el Imperio Austro-Húngaro). El Imperio Otomano se encontraba en decadencia y, en medio de una profunda crisis económica y social, la colectividad armenia, cuya presencia en suelo turco era milenaria, fue culpada de la situación. Los pogromos y episodios de violencia contra las minorías cristianas no eran nuevos en Turquía y sufrían una discriminación cotidiana. A pesar de ello lograron crear una vibrante y prospera comunidad.

La sociedad turca, salvo notables excepciones como el premio nobel de literatura Orhan Pamuk, sigue negando el genocidio y este es una espina en las relaciones entre los dos países. La frontera con Armenia sigue cerrada y las relaciones diplomáticas reducidas a su mínima expresión. Hay decenas de periodistas encarcelados en Turquía por reconocer el genocidio, tema que no se puede mencionar en las mesas de muchas familias. Es una verdad incómoda, un tabú sin discusión pública. A la fecha, sólo 20 estados han reconocido el genocidio. Colombia no está entre ellos.

El comienzo del genocidio armenio suele ser señalado el 24 de abril. Ese día, las autoridades turcas arrestaron en Constantinopla (la actual Estambul) a los 290 más importantes líderes políticos, religiosos, científicos y culturales. Komitas estaba en ese grupo. Sin líderes y con la moral destrozada, fue fácil eliminar el resto de la población.




Komitas Vardapet se había establecido en Constantinopla en 1910, donde dirigía un grupo coral, y trabajaba como arreglista y etnomusicólogo. Con el primer grupo de intelectuales deportados, Komitas marchó al interior de Anatolia observando el exterminio de la mayoría del grupo. Gracias a la mediación de Henry Morgenthau, embajador estadounidense ante el Imperio Otomano y admirador del músico, Komitas, con la muerte respirándole en el rostro, se salvó de ser asesinado. Sin embargo, las experiencias de las que fue testigo, las masacres de sus amigos más cercanos y el martirio de la nación armenia, afectaron profundamente su naturaleza sensible y nunca se recuperó emocionalmente. Primero fue hospitalizado en Constantinopla, para luego ser trasladado a un asilo en París en 1919, donde murió en la más absoluta alienación, el 22 de octubre de 1935. Un año después su cuerpo fue trasladado a Ereván y enterrado en el panteón de la nación.

Estatua de Komitas en Yerevan,Armenia ©Revista Arcadia
Estatua de Komitas en Yerevan,Armenia ©Revista Arcadia

Komitas es, por tanto, un símbolo del martirio del pueblo armenio. Para esta nación, su música es su memoria, y este religioso representa el recuerdo del pasado, su trauma y su huella. El intérprete es reconocido por su gente como el más grande representante de sus ritmos. No sólo fue un brillante compositor, el más grande de la tradición litúrgica de la iglesia armenia, sino aquel que recorrió el país en busca de su esencia musical. Antes de Komitas, en Turquía y todo el Medio Oriente, la música se consideraba un simple entretenimiento o una actividad al servicio de la religión. Komitas le dio un estatus de arte. Su actividad de recopilación de los ritmos del campesinado reavivó el interés por la música en las provincias del imperio Otomano. En esto fue un absoluto pionero.

Viajero incansable, Komitas comprendió y describió el rol de la música en la configuración de la sociedad. El compositor coleccionó, entre 1890 y 1913 cerca de 5.000 piezas del folclor armenio, turco y kurdo; canciones de amor, de cosecha, de desarraigo, de cuna y de culto, algunas de más de mil años de antigüedad. Gran parte de sus estudios desaparecieron o fueron destruidos durante el genocidio y los años posteriores.

Lo más asombroso de los resultados de las investigaciones de Komitas fue la imposibilidad de hallar la esencia de la música de su país y las múltiples interrelaciones y préstamos entre esta y la tradición musical, kurda, turca, árabe y persa. Su trabajo es un puente de reconciliación entre Turquía y Armenia. El compositor e investigador se rehusó a reconocer diferencias sustanciales entre los ritmos de los dos países. 

Komitas Vardapet cantó al alma de su nación. Recopiló sus ritmos y sentó las bases de su tradición clásica. Hizo por su país lo que Bartok por Hungría, Bach por Alemania o Dvorak  por la República Checa. Fue un músico que convirtió simples canciones rurales en complejas composiciones orquestales y operísticas.




Sus compatriotas conocen y se reconocen en su música. Hoy Armenia es un pequeño Estado cuyo territorio es menos de una sexta parte del país histórico que se extendía entre los ríos Tigris y Éufrates, a la sombra del sagrado monte Ararat. El genocidio redujo la población de armenios en Turquía a cifras insignificantes. La mayoría de ellos vive en la diáspora en países como Francia, Argentina, Canadá y los Estados Unidos. Menos de cien armenios viven en Colombia. Para la mayoría de ellos lo que queda de esa nación, además de su pequeño Estado, es su música. La música es un camino para regresar al pasado, para rememorarlo. Y cuando un armenio piensa en música, piensa en Komitas. Su trabajo es importante no sólo por su valor musical y académico, sino como medio para recordar el genocidio y la cultura de su pueblo.

Por Marco Bonilla
Con información de Revista Arcadia

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