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El murmullo de un apellido

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El murmullo de un apellido

“Nuestros países son oasis de los que nos vamos cuando se seca el manantial; nuestras casas son tiendas vestidas de piedra; nuestras nacionalidades dependen de fechas y de barcos. Lo único que nos vincula, por encima de las generaciones, por encima de los mares, por encima de la Babel de las lenguas, es el murmullo de un apellido…”

El nombre común y el nombre propio pertenecen al léxico de la lengua, pero difieren en su función. Los nombres comunes son signos lingüísticos -palabras- que comportan significado y se actualizan en el habla con el o los valores semánticos que contienen. Los nombres propios, en cambio, son marcas de identificación y, aunque en la mayoría de las lenguas surgen del léxico, pierden su valor significativo, pues funcionan en el plano de las designaciones, haciendo referencia a la persona, lugar, etc., que nombran. Así, en las oraciones: Oran los fieles cada domingo en el templo y Viaja Domingo diariamente en autobús, un mismo significante /domingo/ adquiere, según su contexto, distintos valores. En el primer caso ‘domingo’ refiere al séptimo día de la semana o primer día litúrgico; en la segunda oración, si se deja de considerar aquí que el registro escrito exige el uso de mayúscula, /domingo/ corresponde al nombre propio de una persona; en este caso el hablante – oyente no necesita conocer su significado para entender el contenido de la expresión.

La adquisición del nombre ha cambiado en el tiempo, según las costumbres de los distintos pueblos, y puede surgir de manera espontánea y casual, o puede involucrar alguna ceremonia:

“En algunos pueblos antiguos era el padre el que nombraba a su vástago. Al nacer el niño, lo llevaban a su progenitor quien tenía que decidir si viviría o no; en caso afirmativo lo tomaba en sus manos pronunciando alguna idea apropiada que desde ese momento sería el nombre del recién nacido. En Nigeria, en la fiesta en que se celebra el nacimiento, cada pariente propone una palabra o frase bonita y el niño se queda con todos esos nombres”.

El apellido castellano comienza a ser usado desde el siglo X. Los cristianos, empeñados en la Reconquista, lo tenían como un arma de mutuo reconocimiento en sus luchas contra los gobernantes árabes. Además de influir, en cierta medida, a dar forma al apellido hispánico, los árabes fueron sus directos ascendientes sociales.

Los castellanos antiguos siguen el modelo de los griegos, expresando de quién son hijos, para distinguir a las personas entre sí; su mantención podría deberse al influjo árabe, a pesar de que no adoptaron el uso de la palabra ibn ‘hijo’ para darle forma; en cambio, tomaron el genitivo latino diciendo Roderici (con elisión de la palabra filius), manteniendo así la vigencia del patronímico que, en castellano, podía presentar las terminaciones: -az, -ez, -iz u –oz, en lugar de los genitivos latinos terminados en: -aci, -eci, -ici.

El proceso de la reconquista y la expansión del reino de Castilla contribuyeron en España a extender el uso del apellido, ya sea conservando su primitiva forma de patronímico, surgiendo de un apodo, gentilicio, o de cualquier palabra relacionada, en principio semánticamente, con el sujeto que adopta o se le impone por primera vez tal denominación. Sin embargo, es sólo a partir del siglo XII que el apellido de carácter hereditario, tal como hoy se conoce, es usado en todas las clases sociales. Posteriormente, la conquista española transfiere a Hispanoamérica, como parte de la lengua, su modelo onomástico, imponiéndolo a todos los países conquistados, donde los indígenas que poblaban el país, hasta ese momento, no tenían la costumbre de usar el nombre propio individual; su nombre, comúnmente, hacía referencia a un aliado totémico.

Frecuentemente se nos ha preguntado la referencia árabe del apellido Mura , Al-Mura y/o Amurada . El artículo definido en árabe, cuando aparece, se ha incorporado al nombre como parte de él y, aunque morfológicamente es independiente, no funciona como elemento determinador: Aldea, Alcalde, son apellidos españoles de origen árabe que presentan el artículo definido árabe /al/ incorporado a su significante. Por ser parte de la onomástica hispánica, ellos pueden aparecer precedidos por el artículo porque funcionan como el resto de los elementos del sistema que integran. Por otra parte, si estos apellidos aparecen funcionando en la lengua árabe no presentan el determinador, porque en ella no es corriente que los nombres propios, simples o compuestos sintácticamente, vuelvan a definirse por medio del artículo, sean antropónimos o topónimos.

Dicho lo anterior y de acuerdo con las investigaciones de Elena Pezzi , encontramos un elevado número de arabismos que aparecen en el habla marinera :

Amura:
La Real Academia Española define la palabra amura con dos acepciones: 1 ª “Parte de los costados del buque donde éste comienza a estrecharse para formar la proa” y 2ª “Cabo que hay en cada uno de los puños bajos de las velas mayores de cruz y en el bajo de proa de todas las de cuchillo, para llevarlos hacia proa y afirmarlos “.

La R.A.E. la considera derivada del verbo amurar, a su vez de origen incierto, cuya ” documentación se data hacia 1573, según Corominas, en E. de Salazar. También se encuentra amurar en portugués (mediados del siglo XVI), en italiano como amurare y murare, y en francés como amurer (siglo XVI). Este verbo significa “llevar a donde corresponde, a barlovento, los puños de las velas  que admiten esa maniobra, y sujetarlos con la amura para que las velas queden bien orientadas cuando se ha de navegar de bolina”. En catalán se encuentra mura, “bancla, costado de la embarcación”, de donde se tomaría amura, como “parte de los costados del buque donde se aseguran estos cabos cercanos a la proa” (1611). Sin embargo, creo más probable que sea el verbo el que se derivó del sustantivo.

Corominas considera que el origen del verbo amurar es probablemente el latín MURO, en el sentido de *”amurada, pared lateral del buque”. Para el sustantivo amura, si se considera de origen latino, relacionada con muros, tendríamos que partir de una forma plural mura; según la opinión de la Crusca, en cita de Corominas, se le habría dado este nombre porque se hacía allí un parapeto de cal y canto para defender de los proyectiles a los marinos.

Derivada de este mismo verbo se encuentra la voz amurada, definida por Autoridades como “los lados de el navío por de dentro”, no especificando su relación con la proximidad a la proa del barco. Es el mismo caso citado anteriormente del catalán “mura”, “banda o costado de la embarcación”, en general, como también el portugués amurada, “a parte mais alta dos bordos danao, onde se fixäo as amuras” o “costado do navío pola parte de dentro”. Aún es más amplia esta definición en el caso del italiano murata, “costado del buque desde la línea de flotación hacia arriba” (1606).

Cabe pensar pues que, en principio, se denominase mura, amura o amurada a todo el costado de la nave que emergía del agua, es decir, toda la zona visible de su casco, y que constituía su parte más saliente, por lo cual era la más idónea para hacer firmes las jarcias. Probablemente su localización hacia la proa del buque pudo ser una aplicación posterior por su utilización específica para asegurar los cabos en su debido puño a barlovento, tanto en las velas de cruz como en las triangulares, de cuchillo o tarquinas, buscando el punto en que la manga del barco adquiere una mayor anchura y permite un ángulo más abierto para la fijación de dichos cabos. Marty Caballero (1883), aunque considera como primera definición de la amura la ” anchura del buque en la octava parte de su eslora, a contar desde proa”, también dice después “el sitio exterior del costado en que coincide dicha anchura o algo más a popa, según el común de la marinería”.

La aplicación de la palabra amura en la navegación manifiesta, evidentemente, que ésta se emplea para designar, en general, el costado del barco, pues se dice que un velero navega “amurado a (por) estribor” .o “a (por) babor” según reciba el viento por el costado de estribor o de babor, sin especificar si el barco va ciñendo, con el viento de través o navega con viento largo. Igualmente se habla de “cambiar de amura” cuando se maniobra para conseguir que el viento entre por el costado que se hallaba anteriormente a sotavento; a este respecto, cito las palabras de Pastor Nieto Antúnez: “Cuando se navega en popa, se corre el riesgo de tomar por la lúa o transluchar, es decir, tomar las velas por sotavento y cambiar de amura… Este cambio de amura origina una violenta orzada difícil de contener …”.

Siguiendo este criterio, y teniendo en cuenta el gran número de voces árabes que se incorporaron a la nomenclatura marinera, creo que un étimo adecuado para mura, por lo menos más que el concepto de “muro, muralla”, sería el árabe mur’ā, que significa “aspecto, apariencia, aquello que se ve, lo que está enfrente”. Sería “la parte del casco que se deja ver” , aunque no es realmente todo el casco, sino solamente la parte que emerge del agua, a partir de su línea de flotación; éste podría ser el matiz de este participio, pasivo de la forma III del verbo ra ‘ā, “ver”, aplicado en este caso como “cosa que se aparenta, que se tiene enfrente o se ve de frente “.

Igualmente puede corresponder al nombre de acción de esta misma forma, usado indistintamente también como mura ‘ā, murāyā y ri ‘ā , que tienen el mismo valor de riyā’, “aspecto, apariencia”. Usados de forma adverbial equivalen a la locución “a simple vista” El nombre de lugar mar’ā tiene un significado semejante, “aquello que se ve a primera vista, que se apercibe, punto que hiere la vista lo primero” y “aspecto, aire, fisonomía”.

La adición del artículo, en al-murā ‘ā, podría justificar la aparición de la variante amura por almura, tras la asimilación de las consonantes l y m. También la pronunciación de las dos aes, separadas por la pausa que requiere el ‘alif, pudo originar la aparición de la d intervocálica de “amurada”, que se podría tomar a su vez como un participio.

Una de las particularidades de la antroponimia árabe consiste en que algunos nombres propios pertenecen a la categoría verbo. La carácterística principal del verbo está dada por el número de consonantes radicales, tres o cuatro, y por la naturaleza de las mismas, sanas y/o débiles. Según este principio, y de acuerdo al número de consonantes que forman su estructura, el verbo puede ser: triconsonántico o tetraconsonántico, sano o defectivo,simple o derivado. Presenta dos aspectos temporales: el perfectivo, que expresa procesos acabados, y el imperfectivo, que expresa procesos en curso; ambos integrados, además, por prefijos o sufijos correspondientes a cada forma verbal.

Las unidades registradas en el corpus -salvo un caso- pertenecen principalmente a la tercera persona singular masculino o femenino del imperfectivo que, semánticamente, concuerda con la categoría nominal del participio activo y representa un atributo. Se trata de un compuesto sintáctico constituido por una forma verbal y su correspondiente sujeto verbal implícito: /tarūd/>/ tarúD / Tarud ‘ella anda de visita’, /yakman/>/ yakamáN / Yacamán ‘él sufre’, /yagnam/>/ yaGnáN / Yagnam ‘él saquea’, / yakiš/>/ yákiĉ/ Yaquich ‘el recurre a’, / yabūr/>/ yapúR / Yapur ‘él perece o él reune’ /…akart/> /dakaréD / Dacaret ‘alabé a Dios’. Aparece un tipo de teóforo compuesto por la forma verbal /ŷāda/ ‘venció en generosidad (Alá), seguida por la palabra allah:/ŷāda allah/>/ giadála / Giadala.

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