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El Albaicín:llave de los sentidos de Granada

Se cumplen veinte años de la declaración como Patrimonio de la Humanidad de este arrabal milenario.

Panorámica del bello barrio granadino del Albaicín desde la Alhambra
Panorámica del bello barrio granadino del Albaicín desde la Alhambra

Es el barrio más universal de Granada, su imagen turística más loada, con permiso de la Alhambra. La antigua ciudad arremolinada entorno a la colina roja de los palacios nazaritas, el empinado laberinto de callejuelas y cuestas que desemboca en el río Darro, la mejor atalaya de la ciudad. Fue tal el encanto que ha despertado en generaciones de visitantes –desde los viajeros románticos hasta los modernos tuoroperadores- que mereció que la UNESCO se fijara en este recinto privilegiado de casas y cármenes (moradas con bellos jardines) para ser declarado Patrimonio de la Humanidad en 1994.



Han pasado veinte años de aquel merecido reconocimiento del mundo a la esencia de una urbe milenaria que hoy sigue siendo la única que puede mirar a la misma altura al soberbio conjunto alhambreño. El Albaicín tiene la llave de los sentidos de Granada, que sin este barrio no podría hacerse dueña de la belleza legendaria que le ha dado durante siglos este ramillete de casas encaladas que, como diría el poeta, «se amontonan sobre la colina, alzando al cielo sus torres llenas de gracia mudéjar».

Así describía el universal granadino Federico García Lorca al barrio del Albaicín en una descripción que no eludía la decadencia que este arrabal ha ido acumulando desde que se iniciara su adaptación a las huestes cristianas tras la reconquista de la ciudad en 1492. En contraposición, su mayor esplendor llegó con la llegada de los numerosos musulmanes que huyeron desde tierras jienenses tras la derrota sufrida por las tropas árabes en la célebre batalla de las Navas de Tolosa (1212).

Comenzó así la grandeza de una urbe que se limitaría más tarde por la alcazaba Cadima y que tendría sus notables influencias primero de los ziríes y después de los nazaríes. Es con esta última dinastía de gobernantes con la que queda definitivamente conformada la fisonomía del Albaicín y que, prácticamente en su totalidad, ha llegado intacta hasta nuestros días.

Ese hecho de conservar desde los primitivos encauzamientos del agua –una práctica red de abastecimiento diseñada por los ingenieros árabes- hasta los inmuebles reconvertidos donde residió la nobleza de la corte nazarí implica un importante esfuerzo de restauración permanente del barrio que todavía tiene deudas pendientes. «Las gentes dan aquí una impresión de abandono a la suerte y una creencia en el destino verdaderamente musulmana», comentaba Federico en sus impresiones de este fascinante arrabal a principios del siglo XX. Y verdaderamente, paseando por sus calles y plazas da la impresión de estar atrapado por una vaharada del pasado que evoca rezos desde los minaretes, la dulce melodía de una chanfaina o el perfume de bergamota que se prendía de los huertos árabes. El pasado es siempre una evocación permanente en el Albaicín.

Son diversas las rutas que se pueden seguir en este milenario recinto de Granada pero una buena opción es hacer la entrada en el callejero albaicinero por la puerta de Elvira. Antaño era la frontera entre las grandes extensiones de campo y el bullicio de los que habitaban la calle de Elvira, la más antigua que existe en la ciudad y que abraza al barrio por su parte sur. Esta vía queda a la derecha del pórtico de herradura pero si nos adentramos hacia la izquierda al traspasar el arco nos toparemos con la primera y más empinada cuesta que da la bienvenida al Albaicín, la de la Alhacaba.

Conviene subir el empedrado deteniéndose en la vista que vamos dejando atrás con toda la ciudad moderna a nuestros pies. Al final de esta vía llegaremos a la Plaza Larga, la más coqueta del barrio donde podremos reparar el apetito despertado por el esfuerzo en la célebre confitería Casa Pasteles; el trasiego de los actuales vecinos por este castizo entorno completará esta primera toma de sensaciones del antiguo arrabal.

Justo al lado de la pastelería está el Arco de las Pesas, un vestigio de la actividad comercial que los árabes mantuvieron en la ciudad. En este lugar pesaban las mercancías y, según la leyenda, a quien mentía en el peso de lo que pretendía vender le eran cortadas las manos que, a su vez, eran colgadas del pórtico para escarmiento público.



El mirador universal de Granada

Avanzando hacia este arco esquinado, uno se adentra en la esencia de callejuelas empedradas para tomar hacia la izquierda el camino hacia el mirador más famoso de la ciudad y puede que de España. La capilla de San Nicolás nos indica los pasos para llegar a una de las visiones más fascinantes que un foráneo puede tener de la Alhambra. La placeta del mirador está, a menudo, salpicada de vendedores y músicos ambulantes de los que conviene abstraerse para admirar el perfil majestuoso del recinto palaciego nazarita bajo el fondo de Sierra Nevada. Por mucho que se quiera describir en guías o reseñas turísticas las palabras pasan por torpes ante la belleza de la visión más universal de Granada.

A la izquierda de este mágico entorno –conviene admirarlo sin prisas- se divisa la torre de la nueva mezquita que acorde con el antiguo minarete del templo de San Nicolás refleja la estrecha alianza de credos que siempre ha merodeado por este inigualable escenario. Bajando al llamado Carril de las Tomasas podemos optar por varias opciones culinarias.

Desde las más refinadas en restaurantes como el Mirador de Moraima o el Huerto de Juan Ranas hasta otras más vinculadas a la famosa cultura de la tapa en los numerosos bares que jalonan las plazas albaicineras. Conviene recordarlo. En Granada se regala al comensal la tapa –esa pequeña porción de gastronomía de la tierra que se sirve con la consumición- como gesto de la inigualable hospitalidad hostelera de la tierra.

Saciado el estómago se puede retornar al camino sobre guijarros y piedras amoldadas por los siglos –conviene usar calzado cómodo- mientras nos saldrán al encuentro discretamente fuentes y aljibes que recuerdan el inseparable destino que el Albaicín ha sellado con el agua. Este magistral enredo de cauces ocultos se puede conocer a través del museo del aljibe del Rey (sede de la «Fundación Agua Granada»), junto a la hoy plaza del Huerto del Carlos, que sirve de parque para los vecinos del barrio. A pocos pasos del mirador de San Nicolás dejándonos bajar en sentido descendente se llega a este rincón que antaño fue parte del vasto patrimonio de la sultana Aixa, despechada por Muley Hacen tras enamorarse de una concubina cristiana.

De familia noble y adinerada  la aristócrata se recluía en los enormes jardines de su palacio frente a la Alhambra. Otra parte del palacio lo ocupa el primer convento que ordenó erigir Isabel La Católica tras tomar Granada, el Real Monasterio de Santa Isabel La Real justo al otro lado de la plaza antes referida y donde es más que recomendable visitar sus estancias, admirar el retablo de su iglesia y, por qué no, deleitarse con las exquisitas magdalenas que salen del obrador del cenobio.

A pocos pasos, saliendo hacia la derecha desde el convento, nos topamos con la remozada iglesia de San Miguel Bajo cuya alta torre encalada preside orgullosa la plaza del mismo nombre jalonada de veladores donde relajar el ritmo de la visita. No dista mucho de este lugar el Carril de la Lona, llamado así por ser antaño lugar dedicado a los telares. La vista desde este «balcón» permite descubrir desde la altura los horizontes de la urbe actual y contemplar todo el casco histórico trenzado de calles y salteado de campanarios.

Desandando los pasos y de nuevo en la plaza de San Miguel, tomamos la calle San José que permite bajar hacia el centro de Granada mientras se puede admirar el minarete de la iglesia homónima, cuyo patrimonio interior muestra lo mejor de la escultura barroca granadina bajo el artesonado mudéjar que cubre el templo. De nuevo, el ecléctico cruce de caminos de religiones y estilos artísticos.

Dejándonos llevar por el estrecho «desfiladero» que dejan las casas en los llamados Grifos de San José, descendemos hasta la calle Elvira por la Calderería entre el enjambre de puestos que asemejan a un bazar árabe salpicado de teterías y establecimientos de productos morunos. Atrás quedará el recoleto convento de San Gregorio Bajo, para volver a la ciudad que se conformó a finales del XIX y que es vertebrada por la Gran Vía de Colón.



La mejor calle… del mundo

Pero conviene retomar el camino del arrabal, especialmente de noche, para recorrer desde la plaza Nueva la Carrera del Darro. Para los granadinos es la «calle más bonita del mundo» conservando todo el sabor medieval del entorno a la vera del afluente del río Genil que antes de embovedarse nos regala la sinfonía del rumor de agua que acompañará nuestros pasos desde la coqueta iglesia de Santa Anahasta el paseo de los Tristes –antiguo camino del cementerio- pasando por la de San Pedro. En todo el recorrido las miradas obligadamente se tornarán hacia la inmensidad de la Alhambra sostenida sobre el cauce del Darro. Un mágico recuerdo que será imborrable de su memoria.

Por José Antonio Zamora
Con información de ABC

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