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El club de los poetas suicidas: Alfonsina Storni

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El club de los poetas suicidas: Alfonsina Storni (29 de mayo de 1892 -25 de octubre de 1938)

“Nací al lado de la piedra junto a la montaña, en una madrugada de primavera, cuando la tierra, después de su largo sueño, se corona nuevamente de flores. Las primeras prendas que al nacer me pusieron las hizo mi madre cantando baladas antiguas, mientras el pan casero expandía en la antigua casa su familiar perfume y mis hermanos jugaban alegremente. Me llamaron Alfonsina, nombre árabe que quiere decir dispuesta a todo”.

Podría parecer la mezcla de los nombres de sus progenitores, Alfonso y Paulina, pero Alfonsina Storni le hizo más honor al significado árabe de su nombre, porque verdaderamente estaba dispuesta a todo. Sí, la niña que, en sus palabras, tenía un alma toda fantástica, viajera, estaba dispuesta a todo. A sus primeras mentiras, al amor, a la sensualidad, a la maternidad, a la soledad, a la poesía, al descaro, a la igualdad, a la lucha y también a la muerte. Las primeras veces que Alfonsina Storni empezó a parecerse a la Alfonsina Storni en la que se convertiría son muy tempranas. De niña, robó un libro. Sus padres, cuando no pasaban por una buena época porque Alfonso Storni sería, además de alcohólico, una persona deprimida y apartada de la vida, no tenían dinero, así que la niña que se convertiría en una gran poeta empezó robando un libro. No tenía dinero para comprarlo: pidió un libro escolar y, una vez en las manos, pidió otro. Aprovechando que unos jóvenes entraron al establecimiento y el encargado se fue a la trastienda, Alfonsina echó a correr con el libro. Después, y este es el segundo rasgo destacable, dijo, mintiendo, que había dejado el dinero encima del mostrador. Así lo recuerda ella:

“A los seis años robo con premeditación y alevosía el texto de lectura en que aprendí a leer. Mi madre está muy enferma en cama; mi padre, perdido en sus vapores. Pido un peso nacional para comprar el libro. Nadie me hace caso. Reprimendas de la maestra. Mis compañeras van a la carrera en su aprendizaje. Me decido. A una cuadra de la escuela normal a la que concurro, hay una librería; entro y pido: El nene. El dependiente me lo entrega; entonces solicito otro libro, cuyo nombre invento. Sorpresa. Le indico al vendedor que lo he visto en la trastienda. Entra a buscarlo y le grito: “Allí le dejo el peso”, y salgo volando hacia la escuela. A la media hora las sombras negras, en el corredor, de la directora y de aquél, encogen mi corazoncillo. Niego, lloro, digo que dejé el peso en el mostrador; recalco que había otros niños en el negocio. En mi casa nadie atiende reclamos y me quedo con lo pirateado”.

Porque Alfonsina, hasta los 14 años, mentía constantemente. Invitaba a gente a una supuesta quinta que tenían sus padres en las afueras de la ciudad, inventaba reuniones y celebraciones. Después, con los años, se recuerda a sí misma toda fantástica, viajera, como su alma, pero en realidad no era más que una pequeña mentirosa. La tercera vez que Alfonsina se pareció a la poeta argentina que fue, estaba, bien pequeña, haciendo que leía un libro. Para su desgracia, el libro estaba del revés, y cuando la avisaron de ello, se sintió avergonzada y estúpida:

“Estoy en San Juan; tengo cuatro años; me veo colorada, redonda, chatilla y fea. Sentada en el umbral de mi casa, muevo los labios como leyendo un libro que tengo en la mano y espío con el rabo del ojo el efecto que causa en el transeúnte. Unos primos me avergüenzan gritándome que tengo el libro al revés y corro a llorar detrás de la puerta”.

No le faltaba, de todas formas, mucho tiempo para saber leer y sostener bien los libros, sin mentiras, porque, a diferencia de sus hermanos, empezó a ir al colegio. Pero no fue la única vez que lloró de rabia: un poco mayor, después de haber recitado un poema, lloró desconsoladamente porque podría haberlo hecho mejor, para sorpresa de su maestra. Su carácter original y libre hicieron que su madre se planteara una escolarización que no había tenido necesidad con sus demás hijos. Pero un viaje a su Suiza natal, el fracaso con un negocio familiar y la enfermedad del señor Storni, truncaron las expectativas de toda la familia. Con 14 años, dice, la niña, que ya era toda una mujercita, dejó de mentir.

“A los ocho, nueve y diez años miento desaforadamente: crímenes, incendios, robos, que no aparecen jamás en las noticias policiales. Soy una bomba cargada de noticias espeluznantes; vivo corrida por mis propios embustes, alquitranada en ellos; meto a mi familia en líos… Trabo y destrabo; el aire se hace irrespirable; la propia exuberancia de mis mentiras me salva. En la raya de los catorce años abandono”.

¿Por qué abandona la mentira y se vuelve más formalita? Porque el padre había muerto después de años de tristeza y crueldad, y Alfonsina empieza a vivir con una orfandad que después, con los años, aunque no viera morir, llevaría ella misma hasta extremos mayores.

De mi padre se cuenta que de caza partía
Cuando rayaba el alba, seguido de su galgo,
Cuenta mi pobre madre que, como comprendía,
Lo miraba a los ojos y su perro gemía.
Que andaba por las selvas buscando una serpiente
Procaz, y al encontrarla, sobre la cola erguida,
Al asalto dispuesta, de un balazo insolente
Se gozaba en dejarle la cabeza partida.
Que por días enteros, vagabundo y huraño,
No volvía a casa, y como un ermitaño,
Se alimentaba de aves, dormía sobre el suelo.
Y sólo cuando el Zonda, grandes masas ardientes
De arena y de insectos levanta en los calientes
Desiertos sanjuaninos, cantaba bajo el cielo.

Digo que Alfonsina llevó su orfandad hasta extremos mayores porque, una vez superada la primera etapa madura, se instala siempre lejos de su madre y de sus hermanos, del segundo matrimonio de su madre, de todo contacto familiar. Su hijo será el único lazo, además de sus amistades, que le proporcionará algún tipo de arraigo humano, sin contar la literatura y la naturaleza. Así, la poeta, que solo quedó huérfana a medias, se defiende de la vida como si estuviera sola. Y además, está sola.

Gimiendo, llorando, soñando, ay de mí

Hice el libro así: / Gimiendo, llorando, soñando, ay de mí. Ese libro al que se refiere Alfonsina podría ser cualquier libro, porque todos fueron creados del mismo modo, con la misma intensidad. Pero antes de empezar a ser una poeta de prestigio, Alfonsina pasa por diferentes trabajos. Además de ayudar en el Café Suizo que sus padres abrieron, el negocio familiar al que no le sacaron partido porque el padre estaba ya en sus horas más bajas, y además de ayudar a su madre a coser, Alfonsina trabajó en una fábrica de gorras; de corresponsal psicológico en una empresa de aceite de oliva; en un centro de niños, de maestra en escuelas no oficiales, de cantante, de actriz muy tempranamente en uno de sus placeres y dones: el teatro. Como muchos otros escritores que no gozaron de una familia burguesa y adinerada, Alfonsina escribió sus primeros libros de poemas sin el apoyo de nadie, salvo de su propio esfuerzo, y escribía encerrada en una oficina; y me acuna una canción de teclas; mamparas de madera se levantan como diques más allá de mi cabeza; barras de hielo refrigeran el aire a mis espaldas; el sol pasa por el techo pero no puedo verlo; bocanadas de aire caliente entran por los vanos y la campanilla del tranvía llama distante. Clavada en mi sillón, al lado de un horrible aparato para imprimir discos, dictando órdenes y correspondencia a la mecanógrafa, escribo mi primer libro de versos. ¡Dios te libre, amigo de “La inquietud del rosal”! Pero lo escribí para no morir.

Alfonsina Storni escribía su libro en las peores condiciones para escribir un libro, y además, aunque ella muy pronto reniegue de él como muchos escritores de sus primeras obras, la crítica la hace pasar bastante desapercibida, precisamente porque es fresca y diferente, poco convencional. Escribe y escribe, nerviosa, y mientras va cambiando de casa, de apartamento, de pensión y de lo que se requiera para abandonar lastre. Sigue escribiendo y va evolucionando; cambia de piel y de ciudad, y va a un lado y a otro, y de todos modos siempre anda gimiendo, llorando, soñando, ay de mí, pero parece que a todos acaba conquistando, porque lo que les iba a ofrecer no se parecía a nada… y aunque la originalidad y la vanguardia se pagan caras en el momento, finalmente da sus frutos.

Un hombre que ha tenido la desgracia de nacer mujer

Con estas palabras la presentaron en una entrevista. Alfonsina Storni era un hombre que había tenido la desgracia de nacer mujer. ¿Por qué? Porque, decían, tenía una mente varonil: para que nos entendamos, Alfonsina vivía libremente, como vivían los hombres, y para eso nacer mujer era una verdadera desgracia en su época. Además de ser de las primeras mujeres en aparecer en el mundo cultural argentino de entonces, y de ser considerada una igual, Alfonsina hizo algo poco común en las mujeres de su época, quizá lo que le marcó de por vida: tuvo un hijo ilegítimo. Son muchas las mujeres de su tiempo que se atrevieron a vivir un amor tan apasionado como políticamente incorrecto, y se enamoraban de hombres casados que no estaban dispuestos a abandonar su estatus social, su familia, su trabajo y su reputación. De modo que las mujeres que se enamoraban del hombre menos adecuado, renunciaban, por no renunciar a ellos, a su maternidad (y si no renunciaban a la maternidad, renunciaban a la familia). Se conformaban con el papel de la amante y vivían tormentosamente aquellos amores sin tener nunca hijos bastardos a los que no poder dar ni el apellido del padre ni un padre. Alfonsina Storni se enamoró, como tantas, de un hombre casado y, además, 24 años mayor que ella; a diferencia de las tantas, se quedó embarazada, y a diferencia ya de las pocas tantas que quedaran, decidió seguir adelante: Alejandro Storni, su hijo. Aunque no lo ocultó, en las biografías su hijo aparece únicamente en el tramo final de su vida, porque dejó algunas cartas diciendo lo que quería que se hiciera con su sueldo y con el trabajo de su hijo, y porque una de las pocas cartas que mandó antes de suicidarse fue para él. Algunos de sus amigos mantienen todavía que Alfonsina era tan discreta que ni siquiera muchos de sus confidentes habituales sabían quién era el padre de Alejandro; otros, conocieron a Alejandro en un viaje a Europa al que la acompañó, siendo ya un adolescente. Pero lo cierto es que Alfonsina cargó con aquel hijo y con aquella culpa, y aunque cambió de ciudad una vez se quedó embarazada, porque una maestra soltera y con un hijo bastardo no era algo fácilmente asumible por entonces, tampoco ella estaba dispuesta a vivir diferente a los hombres.

Yo soy como la loba.
Quebré con el rebaño
Y me fui a la montaña
Fatigada del llano.

Yo tengo un hijo fruto del amor, de amor sin ley,
Que no pude ser como las otras, casta de buey
Con yugo al cuello; ¡libre se eleve mi cabeza!
Yo quiero con mis manos apartar la maleza.

Mirad cómo se ríen y cómo me señalan
Porque lo digo así: (Las ovejitas balan
Porque ven que una loba ha entrado en el corral
Y saben que las lobas vienen del matorral).

¡Pobrecitas y mansas ovejas del rebaño!
No temáis a la loba, ella no os hará daño.

Pero tampoco riáis, que sus dientes son finos
¡Y en el bosque aprendieron sus manejos felinos!

No os robará la loba al pastor, no os inquietéis;

Yo sé que alguien lo dijo y vosotras lo creéis
Pero sin fundamento, que no sabe robar
Esa loba; ¡sus dientes son armas de matar!
Ha entrado en el corral porque sí, porque gusta

De ver cómo al llegar el rebaño se asusta,
Y cómo disimula con risas su temor
Bosquejando en el gesto un extraño escozor…
Id si acaso podéis frente a frente a la loba
Y robadle el cachorro; no vayáis en la boba
Conjunción de un rebaño ni llevéis un pastor…

¡Id solas! ¡Fuerza a fuerza oponed el valor!
Ovejitas, mostradme los dientes. ¡Qué pequeños!
No podréis, pobrecitas, caminar sin los dueños
Por la montaña abrupta, que si el tigre os acecha
No sabréis defenderos, moriréis en la brecha.

Yo soy como la loba. Ando sola y me río
Del rebaño. El sustento me lo gano y es mío
Donde quiera que sea, que yo tengo una mano
Que sabe trabajar y un cerebro que es sano.
La que pueda seguirme que se venga conmigo.

Pero yo estoy de pie, de frente al enemigo,
La vida, y no temo su arrebato fatal
Porque tengo en la mano siempre pronto un puñal.

El hijo y después yo y después… ¡lo que sea!
Aquello que me llame más pronto a la pelea.
A veces la ilusión de un capullo de amor
Que yo sé malograr antes que se haga flor.

Yo soy como la loba,
Quebré con el rebaño
Y me fui a la montaña
Fatigada del llano.

Pero Alfonsina no fue solamente una loba que se alejaba del rebaño con respecto a la maternidad, sino que fue una mujer, como se suele decir, avanzada a su tiempo. Además de no renunciar a su maternidad, y de pasar calamidades para poder pagar todo lo debía pagar al mes, la poeta tampoco renuncia a su bien, que es la escritura. Escribe sus versos desde esa mente varonil que se le atribuye, cuando en realidad lo que se quiere decir es que Alfonsina Storni escribía desde la libertad y para la libertad. Hablaba de la mujer como nunca antes se había hecho: era descarada y sensual, inconformista, inteligente, rápida en la réplica. Muchos tienen la necesidad, cuando están frente a una mujer de estas características, valiente sobre todo, de encuadrarla en un movimiento feminista, pero Alfonsina iba por libre. Todo lo que consiguió le costó el doble de lo que le costaría siendo hombre o parte del rebaño del que escapó. Dicen que silenciosas las mujeres han sido, pero nadie hasta el momento se había atrevido a alzar la voz como ella. En sus textos periodísticos, en sus poemas y en sus obras de teatro, Alfonsina le daba a la mujer el carácter de igualdad, le ofrecía una voz que era la suya. A los hombres, por supuesto, les asustaba. A las mujeres les parecía una mujer inmoral, de modo que no leían ni recitaban sus poemas. La poeta empieza a participar de las reuniones literarias del momento, con ayuda de algunos hombres amigos que la introducen después de admirarla, y empieza a ser fotografiada con ellos, a ser miembro de jurados en los que no había lugar para la mujer. Todo su esfuerzo, sin embargo, se ve recompensado precisamente porque todo dependía de ella, se lo debía a sí misma. Cuando se presentó a un trabajo como corresponsal psicológico (similar a una publicista o una comercial de hoy en día, mecanografiando anuncios de la empresa), era la única mujer en toda la hilera de personas que se ofrecían para la vacante. No le querían hacer la prueba pero Alfonsina insistió. Superada con una ventaja evidente sobre el resto de sus compañeros, no les quedó más remedio que ofrecerle el trabajo; eso sí, cobrando exactamente la mitad del sueldo (200 en lugar de 400). Si algo le complicó la vida a la poeta fue precisamente que nunca llegó a ser la esposa de; así, todos los sitios en los que se hacía imprescindible se fueron forjando con mucha paciencia y tesón, con ayuda de caseras que se ocupaban de cuidar de Alejandro para que la madre poeta pudiera hacerse con un nombre suficiente para que la tuvieran en cuenta. Quizá, para los que todavía no les convenciera la presencia de una mujer en reuniones puramente masculinas, la amistad-romance que tuvo con Horacio Quiroga facilitó las cosas. No porque Horacio diera la cara por ella, sino porque Quiroga la valoraba muchísimo como poeta, como literata, y aquello era algo inusual en el más Don Juan de los cuentistas del grupo. Quiroga hablaba de Alfonsina con admiración y no por su belleza ni por un carácter sumiso, ni siquiera por coquetería. De todos modos, sería faltar a la verdad vincular el éxito y la victoria de la Storni, como la llamaba su amigo, a Horacio Quiroga.

Poeta que habla de la mujer con descaro, amante de un hombre casado, madre de un hijo bastardo y sin apellido, Alfonsina Storni era una mujer fresca y muy despierta (demasiado), descarada y muy diferente a lo que todos estaban acostumbrados. No, no era feminista, no aleccionaba a las mujeres, no daba discursos para que las mujeres la siguieran, sino que en sus poemas y sus cuentos hablaba de la mujer como un ser capaz de valer lo mismo que un hombre. En vez de convertirse en la portavoz de un movimiento, dotaba a sus personajes de la fuerza que les deseaba a sus semejantes: una divorciada que intenta seducir a un jovencito, una mujer que tiene un hijo ilegítimo por el que siente devoción, una loba entre el rebaño, una Mujer, con la mayúscula subida, de la misma manera que escribe también Hombre. Lo importante del feminismo de Alfonsina Storni es que no era una corriente a la que se sumaba, sino que vivía al raso, vivía varonilmente, con mucha fuerza. Se abría paso entre el grupo literario de hombres, más enquistado todavía que la sociedad en sí. En cambio, no hacía otra cosa que mandar mensajes desde su obra. No daba consejos, sino que convertía en libres a las mujeres protagonistas, y de ellas la mujer debía extraer el mensaje. Uno de los valores más importantes de Alfonsina es que le suponía inteligencia a la mujer y le daba el trato que merecía intelectualmente, pero las mujeres que la rodeaban no estaban preparadas para aquel salto y no le seguían el ritmo. Cuando su madre le pregunta por cuántos libros vende, la poeta contesta: Muy pocos, mamá. Las mujeres lo rechazan. Dicen que soy una escritora inmoral. ¡Qué hemos de hacerle! No sé escribir de otro modo. Roberto Giusti, amigo de la poeta, habló de cuando Alfonsina se sentó, por primera vez una mujer, en el banquete de los recitadores:

“Desde aquella noche de mayo de 1916 esa maestrita cordial, que todavía después de su primer libro de aprendiz era una vaga promesa, una esperanza que se nos hacía necesaria en un tiempo en que las mujeres que escribían versos —muy pocas— pertenecían generalmente a la subliteratura, fue camarada honesta de nuestras tertulias, y poco a poco, insensiblemente, fue creciendo la estimación intelectual que teníamos por ella hasta descubrir un día que nos hallábamos ante un auténtico poeta”.

Sí, un auténtico poeta, en masculino, porque ya se ha dicho incontables veces que tenía una mente varonil y que había tenido la desgracia de nacer mujer, y para eso, para que entendamos que la tenían en cuenta como a uno más, hablamos de auténtico poeta. La versión de las mujeres que tenía este poeta femenino, o esta poetisa masculina, era una versión totalmente nueva, inclasificable en un mundo todavía poco maduro en este aspecto:

Escrútame los ojos sorpréndeme la boca,
sujeta entre tus manos esta cabeza loca;
dame a beber veneno, el malvado veneno
que moja los labios a pesar de ser bueno.

Pero no me preguntes, no me preguntes nada
de por qué lloré tanto en la noche pasada;
las mujeres lloramos sin saber, porque sí.
Es esto de los llantos pasaje baladí.

Bien se ve que tenemos adentro un mar oculto,
un mar un poco torpe, ligeramente oculto,
que se asoma a los ojos con bastante frecuencia
y hasta lo manejamos con una dúctil ciencia.

No preguntes amado, lo debes sospechar:
en la noche pasada no estaba quieto el mar.
Nada más. Tempestades que las trae y las lleva
un viento que nos marca cada vez costa nueva.

Sí, vanas mariposas sobre jardín de Enero,
nuestro interior es todo sin equilibrio y huero.
Luz de cristalería, fruto de carnaval
decorado en escamas de serpientes del mal.

Así somos, ¿no es cierto? Ya lo dijo el poeta:
deseamos y gustamos la miel en cada copa
y en el cerebro habemos un poquito de estopa.

Bien. No, no me preguntes. Torpeza de mujer,
capricho, amado mío, capricho debe ser.
Oh, déjame que ría. ¿No ves que tarde hermosa?
Espínate las manos y córtame una rosa.

Aquí, además de hablar de las mujeres desde un lugar hasta entonces inhabitado, aparece el mar, que será tan determinante en el final de su vida. Y además de leerlo sabiendo que Alfonsina se suicidó arrojándose (verbo que utilizó ella misma en una nota) al mar, me parece ver, y no quería dejar de decirlo, una pequeña influencia en otro poema de Julio Cortázar. Cuando la poeta usa los verbos violenta y amorosamente (escrútame los ojos, sorpréndeme la boca, déjame que ría, espínate las manos, córtame una rosa) me recuerda, o debería decir al revés, al poema del escritor:

No me des tregua, no me perdones nunca.
Hostígame en la sangre,
que cada cosa cruel sea tú que vuelves.
¡No me dejes dormir, no me des paz!
Entonces ganaré mi reino,
naceré lentamente.
No me pierdas como una música fácil,
no seas caricia ni guante;
tálame como un sílex, desespérame.

Finalmente, Alfonsina convirtió la desgracia de ser mujer en una ventaja. Poema tras poema, toda una lucha contra su sociedad y su género y su ámbito, acaba por ganarse a las mujeres. Para que una poeta acabe triunfando como lo hizo Storni, necesita que sus iguales la apoyen, que otra mujer la lea y se sienta identificada: ahí reside la victoria de Alfonsina Storni, el trabajo de una hormiga. Así, por fin da con el poema que haga sentir poderosas a las mujeres, hablándole al hombre. Dicen que tiene el mismo efecto que el Hombres necios, de Sor Juana Inés de la Cruz, pero el poema de Alfonsina es mucho más sutil. Le habla al hombre enumerando qué es lo que espera de la mujer, y lo hace con la suficiente inteligencia y elegancia para marcar ahí, en sus versos, la cruel desventaja en la que se ve inmersa la mujer.

Tú me quieres alba,
Me quieres de espumas,
Me quieres de nácar.
Que sea azucena
Sobre todas, casta.
De perfume tenue.
Corola cerrada

Ni un rayo de luna
Filtrado me haya.
Ni una margarita
Se diga mi hermana.
Tú me quieres nívea,
Tú me quieres blanca,
Tú me quieres alba.

Tú que hubiste todas
Las copas a mano,
De frutos y mieles
Los labios morados.
Tú que en el banquete
Cubierto de pámpanos
Dejaste las carnes
Festejando a Baco.
Tú que en los jardines
Negros del Engaño
Vestido de rojo
Corriste al Estrago.

Tú que el esqueleto
Conservas intacto
No sé todavía
Por cuáles milagros,
Me pretendes blanca
(Dios te lo perdone),
Me pretendes casta
(Dios te lo perdone),
¡Me pretendes alba!

Huye hacia los bosques,
Vete a la montaña;
Límpiate la boca;
Vive en las cabañas;
Toca con las manos
La tierra mojada;
Alimenta el cuerpo
Con raíz amarga;
Bebe de las rocas;
Duerme sobre escarcha;
Renueva tejidos
Con salitre y agua;

Habla con los pájaros
Y levántate al alba.
Y cuando las carnes
Te sean tornadas,
Y cuando hayas puesto
En ellas el alma
Que por las alcobas
Se quedó enredada,
Entonces, buen hombre,
Preténdeme blanca,
Preténdeme nívea,
Preténdeme casta.

Alfonsina, vestida de mar

Los versos Oye: yo era como un mar dormido o Mar, yo soñaba ser como tú eres en su momento eran belleza o no eran, y ahora son nada más que dolor y un mensaje cifrado. Aunque durante toda su vida Alfonsina no planeó una muerte violenta como la que tuvo, aunque por su mente no estuviera previsto el suicidio, la vida de Alfonsina Storni se vio alterada por un cáncer de mama, rompiendo y acabando el curso de su crecimiento personal y literario. A diferencia de otras suicidas, como Sylvia Plath o Virginia Woolf, a las que se les conoce una enfermedad mental, Alfonsina no padecía más tristezas, melancolías y nervios que cualquier persona sensible y emocional como ella. Sin embargo, igual que le pasó a su amigo Horacio Quiroga, la enfermedad la mató en vida, siendo todavía consciente de cuánto perdía. Después de la operación, de la escritura de su último libro de poemas (diferente a todos los anteriores; sin alma, dijeron), de la neurastenia, el cansancio, sus dudas con respecto a su enfermedad y los dolores, Alfonsina hace un viaje a Mar del Plata. Cuando se despide de Alejandro, en el tren, le dice: me voy contenta. No podemos saber si entonces ya se estaba despidiendo para siempre, o si de verdad tenía algún tipo de esperanza con respecto a su salud. El médico, tras su última recaída, le confirmó sus sospechas de una muerte irremediable y temprana. Le escribe dos cartas a su hijo Alejandro, días antes de su muerte:

Sueñito mío, corazón mío, sombra de mi alma, he recuperado el sueño, ya es algo. Dormí en el tren toda la noche. Te escribo ésta recostada en mi sillón, la mano sin apoyo. El apetito mejor, pero sigo con una gran debilidad. Lo mental es lo que está todavía debilísimo. ¡Ay mis depresiones! Y qué temor me dan. Pero hay que confiar, si el cuerpo se levanta puede que lo demás también. Te abraza largo y apretado,

Alfonsina

Querido Alejandro: Te hago escribir con mi mucama; pues anoche he tenido una pequeña crisis y estoy un poco fatigada, solamente para decirte que te adoro, que a cada momento pienso en ti, nada más por ahora para no cansarme e insisto en decirte que te adoro, sueña conmigo, lo necesito. Besitos largos,

Alfonsina

Me llama la atención que cuando le escribe a su hijo Alejandro no firma como mamá, sino que siempre fue Alfonsina, y es que en árabe significa dispuesta a todo, y dos días más tarde lo confirmó, frente al mar. Esa fue la última carta que le escribió a su hijo, pero todavía le quedaban las más difíciles. Cuando el médico le confirma sus sospechas, toma la decisión. Deja una nota muy sencilla: Me arrojo al mar. Pero antes, muy consciente, le deja una carta dirigida a Manuel Gálvez:

Señor Gálvez: Estoy muy mal. Por favor, mi hijo tiene un puesto municipal, yo otro. Ruéguele al intendente en mi nombre que lo ascienda acumulándole mi sueldo. Gracias. Adiós. No me olviden. No puedo escribir más.

Alfonsina

Después Alfonsina se fue al mar y se arrojó desde el Club Argentino de Mujeres. Encontraron el cadáver horas más tarde dos obreros de la Dirección de Hidráulica, que se lanzaron al agua a recoger a Alfonsina, que ya había muerto. Se la llevaron en ambulancia sin saber que se trataba de la prestigiosa poeta, hasta que el doctor Bellati, al destapar el rostro, la reconoció. La versión oficial es que, lo mismo que Quiroga, al saber que moriría de enfermedad, decidió acabar con su vida de una manera inmediata. Se ha hablado de homosexualidad, y también se ha dicho que Leopoldo Lugones, que se suicidó unos meses antes, había quedado con ella para hacerlo juntos, pero en un último momento Alfonsina se arrepintió y Lugones no pudo esperarla. Pero, como escribió la Storni para el homenaje que le hicieron a Horacio Quiroga, su amigo del alma, suicida también: Allá dirán. Y aquí decimos.

Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes…
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases

para que olvides… Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido…

(Voy a dormir, el último poema que escribió).

Por Jenn Díaz
Con información de : Jot Down

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