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Las dos guerras que pierde Israel

Las ansias de revancha y los dogmatismos hacen muy difícil que llegue una solución

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El mundo se sigue adentrando en una situación cada vez más grave. A un siglo exacto del comienzo de la primera guerra mundial, la especie humana parece no haber aprendido nada. Los legados de las grandes personalidades del siglo XX parecen haber caído en saco roto. Por muchos homenajes que puedan recibir Nelson Mandela, Mahatma Gandhi o John Lennon, ninguna personalidad parecida se encuentra en Medio Oriente con capacidad de interrumpir el espiral de horror que ofrecen ambos bandos en disputa.

Más allá de la renovada guerra fría que Rusia y la OTAN están reeditando con una intensidad que no es la de una guerra abierta pero que es cada vez más grave, lo que sucede en Medio Oriente y en el norte de África constituye un escenario mucho más grave y que puede tener implicancias globales.

Israel se dispone a destruir todos los túneles que Hamas tiene en Gaza, seguramente también tratará de destruir todas las lanzaderas de misiles. Una tarea que posiblemente logre cumplir con el paso del tiempo y centenas de muertes civiles adicionales.

Por ahora la superioridad militar de Israel es incuestionable, de modo que pocas sorpresas arroja su opción militar. Logrará cualquier objetivo que se proponga en esos términos. Pero cegado por esa superioridad se adentra en una estrategia catastrófica que desde hace años da muy malos resultados y solo puede a futuro traer consecuencias aun peores.

Israel inevitablemente pierde dos guerras. Por un lado, en la faz militar, puede ganar circunstancialmente en el terreno, pero no puede frenar la mejora tecnológica del bando opuesto. A pesar de imponer un bloqueo inhumano a 2 millones de personas hacinadas en una franja mínima de territorio, no ha podido frenar el flujo de armas. Los misiles de Hamas son cada vez más sofisticados y llegan a cualquier parte de su territorio.

Una vez que Israel termine su tarea a un costo humanitario inmenso, los palestinos volverán a cavar los túneles, ingresar los materiales bélicos y armarse mejor que antes. Mientras sean un pueblo sin país, no tienen mucha alternativa.

Si Hamas resulta quebrado por la ofensiva israelí solo será para que un grupo todavía más violento e irracional lo sustituya, como es el grupo de salvajes que ha formado el Califato Islámico en Irak y Siria. Porque inevitablemente Israel pierde la guerra más importante que es la cultural. El país que en su momento le ofreció la presidencia a Albert Einstein y generó una red de kibutz, se ha convertido en la peor imagen de Occidente.

Enloquece cada vez más a los 1.000 millones de musulmanes que ven cómo las resoluciones de Naciones Unidas para Cisjordania y Gaza no se cumplen, que ven que los refugios de Naciones Unidas para civiles también son bombardeados, y para quienes el regreso a las formas más crudas y salvajes del islam termina siendo la última esperanza de algún día lograr una victoria militar o al menos acceder al paraíso que imaginan y que como sea, será mejor que el infierno en el que les ha tocado vivir. Cada niño palestino muerto son cientos de jihadistas más. Cada vez que Israel argumenta ser una democracia, hace más difícil a los ciudadanos árabes defender la democracia.

Un siglo atrás musulmanes y judíos vivían en paz en esas tierras y el fundamentalismo no existía ni siquiera en la imaginación de nadie. Hace 20 años el gran Isaac Rabin estaba a punto de lograr un acuerdo de paz. El terrorista que mató a Rabin ha sido el gran vencedor. Y toda la humanidad no para de desbarrancarse ante el tremendo horror desatado para todos.

Hay solo dos resoluciones posibles. Que ambos pueblos aprendan a vivir en el mismo territorio bajo una democracia laica en la que dé lo mismo ser judío, musulman, cristiano, o de otra idea. Pero eso es a esta altura algo utópico.

Lo único realista es que el mundo entero presione por un consenso que lleve a que Palestina exista en Cisjordania y Gaza como un Estado abierto desmilitarizado y con cascos azules de las Naciones Unidas que garanticen un permanente cese del fuego. Quedará discutir el estatus de Jerusalén, que bien podría ser declarada bajo un sistema especial como capital de los tres credos monoteístas o también dividida entre una zona hebrea en el oeste y una islámica en el este.

Israel merece ser un ejemplo de lo que Einstein, Woody Allen y tantos otros judíos eminentes representan para la humanidad entera. El mundo árabe merece no perecer bajo la bota salvaje del islamismo oscurantista. El statu quo actual, con Cisjordania y Gaza cada vez más oprimidas, es un juego perder/perder que amenaza con desestabilizar al mundo entero, empezando por la Europa que está ya repleta de jihadistas dentro de sus fronteras y terminando quién sabe dónde.

Las ansias de revancha y los dogmatismos alimentados en este último siglo o tal vez durante milenios –según la interpretación de la historia que se elija– hacen muy difícil que llegue una solución. Pero persistir por este camino no hará más que alejar a cientos de millones de personas de una visión racional del mundo y el costo de semejante alienación colectiva lo pagará la humanidad entera.

Israel debe entender que puede ganar batallas, pero está perdiendo las dos guerras más importantes. Tirando nafta al incendio puede ahogar las llamas por un período breve. ¿Qué logra después? Desde la invasión a Líbano en 1982 aplica la estrategia del terror y cosecha más terror del otro lado, ¿hasta cuándo? Seguir alimentando el odio de millones de seres no puede tener un final feliz. Tiene la mejor tecnología del mundo en defensa. Una maravilla tecnológica como la Cúpula de Hierro capaz de atajar los misiles que le tiran. Pero precisa otras tecnologías más sutiles y un acto de grandeza con la humanidad para dar paz a los palestinos y así lograr desactivar el espiral exponencial de fundamentalismo que crece a su alrededor. Mientras no dé esos pasos seguirá perdiendo. Seguiremos perdiendo todos.

Por Eduardo Blasina
Con información de El Observador

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