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Los árabes: cultura de contrastes

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La historia nos relata la existencia de grandes imperios que han dominado una parte del mundo en su tiempo. Uno de estos imperios que llegó a dominar inmensas extensiones de territorio fue el Imperio Árabe.




La expansión árabe comienza tras la muerte de Muhammad (BPD), por una confluencia de circunstancias extraordinarias. Sin duda Muhammad (BPD), fue un revolucionario que logró, si no la completa consolidación del mundo árabe, sí la necesaria cohesión que sentaría las bases para la formación del Imperio Árabe que ocuparía territorios desde la península Ibérica hasta la actual India. Dando una identidad religiosa propia a los árabes, dejándoles una herencia monoteísta que se derivó de las revelaciones que el Arcángel Gabriel le hacía.

Muhammad (BPD), pasó los últimos años de su vida guiando con la espada y con la Fe a quienes le quisieron prestar oídos y convicción. Pero la muerte del profeta dio lugar a la sucesión política y religiosa a cargo de los Califas. El Califa fue la figura directiva de los árabes, y en él recaía el liderazgo político y el religioso, igual que en Muhammad (BPD), cuando éste aún vivía. Fueron los Califas quienes se entregaron a la labor de expandir el Imperio Árabe, primero, por la necesidad económica de buscar tierras más fértiles que ofrecieran mayor prosperidad. Esto sucedió justo en el momento que el Imperio Bizantino se diluía y al igual que el Imperio Persa que prácticamente había perdido su cohesión. Así, apoyados en la creencia de “La Guerra Santa” que contiene la obligación para sus creyentes de la defensa de sus creencias, los árabes constituyeron numerosos ejércitos para defender su Fe, y al mismo tiempo que dejaron de pelear entre ellos.

Su expansión fue, como toda conquista, un acto poco defendible. Sin embargo, igual que sucedió con el Imperio Griego, los árabes llevaron consigo una jugosa carga cultural que cambiaría a Europa, y posteriormente al mundo occidental. Mientras que la Península Ibérica (Portugal, España y parte de Francia) se encontraba en un tiempo de ignorancia donde el principal poder era detentado por la Iglesia Católica y su intransigente dirigencia, el mundo musulmán resultaba lo opuesto. Esto es, las cortes árabes vivían una etapa de magnificencia económica, pero con la inclusión de un desarrollo científico y cultural inusitado. En los califatos y en los Sultanatos, poetas, sabios, científicos, arquitectos y artistas en general encontraban el espacio ideal para generar sus ideas y sus creaciones.

Alumbrados públicos, bibliotecas donde se podían encontrar traducciones de los principales filósofos y autores griegos, sistemas de drenaje y alcantarillado, sistemas de riego, escuelas de agronomía, floricultura, compendios de medicina, textos poéticos, edificios de una arquitectura superior y funcional, comercio que importaba perfumes, esencias, resinas, caballos, descubrimientos químicos, astronómicos, matemáticos, etc. La ocupación árabe de la península Ibérica imprimió en sus habitantes un legado cultural fastuoso que sentaría las bases para el desarrollo posterior de la zona y la formación de posteriores imperios como el Español, el Portugués y el Francés.




El mundo árabe, entre muchas otras de sus contribuciones culturales, nos aportó el sentido de la llamada “intoxicación emocional”. Si bien es cierto que los árabes no inventaron el amor, la sensualidad y el erotismo fueron improntas, huellas e impresiones, que terminaron definiendo a la cultura occidental y que se los debemos a ellos. La poesía amorosa y la sublimación del ser querido es rastreable hasta esta cultura. La búsqueda del placer, no sólo sexual, sino en sus formas más habituales, como la comodidad, la belleza, y la estética, son inseparables de la cultura árabe. Si bien los árabes no poseyeron el arte de la pintura y la escultura, principalmente por su prohibición religiosa de representar la figura humana, los arabescos que muy probablemente proceden del mundo egipcio, fueron desarrollados hasta el grado de arte por los arquitectos musulmanes.

Los cuentos de ficción que nos embelesan en Las Mil y una Noches, las leyendas árabes como la Puerta del sueño de la Alhambra dieron base y alimento para el desarrollo incontable de miles de escritores posteriores. Otra de las cosas más sorprendentes de la sociedad musulmana que data de los tiempos de su expansión territorial, es sin duda la tolerancia y la aceptación de la homosexualidad. Así, mientras en la Europa de los siglos VII y VIII se condenaba la homosexualidad, regularmente imponiendo la pena de muerte, en el mundo islámico, la preferencia sexual no era motivo de discriminación o pena alguna, y era una práctica habitual y socialmente aceptada.

Una herencia cultural espectacular, con un enfoque para extraer el placer en las cosas cotidianas y volver la vida lo más agradable posible, ahora  enfrenta a una nueva época de confrontación. El mundo árabe sufre de una grave escisión que se produce por una confluencia de factores que no son inmotivados. Una nueva “Guerra Santa” ocupa a la facción más religiosa y fanática, que ha nombrado al Imperialismo Occidental (encabezado por Londres y Washington), el enemigo. La respuesta musulmana ante los abusos de poder, de conquista y de sometimiento ha sido el terrorismo. Ocho siglos después, partes del mundo árabe han sido conquistados y despojados al igual que ellos lo hicieron. Una lástima que la cultura que nos enseñó a vivir de la manera más placentera posible, tenga ahora en su haber la muerte de inocentes en una gesta en la que puede tener la razón.

Por Javier Correa
Con información de La Jornada

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