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Máximas de los drusos

Mujer drusa
Mujer drusa

Carta  de  Rawson

 

El profesor Rawson, de Nueva York, intrépido viajero y excelente amigo del arte, corrobora nuestros personales informes acerca de los drusos en la siguiente carta, en que por razones de él sabidas quebranta el secreto de su iniciación en la hermandad de los unitarios del Líbano. Dice así:



Nueva York, 6 de Junio de 1877.

… He recibido su nota en que me pide un relato de mi iniciación en la secreta hermandad de los drusos de Líbano. Como sabe usted perfectamente, me comprometí entonces a no revelar los secretos recibidos y así ningún interés público tendrá lo que pueda yo decir. Sin embargo, me complazco en dar a usted los informes compatibles con el sigilo, para que los aproveche como mejor le convenga.

Por dispensa especial fue tan sólo de un mes mi período de prueba, durante el cual me seguía un sacerdote como si fuera mi sombra y era mi guía, intérprete, criado y cocinero, sin dejarme de vista para asegurarse de que me ajustaba estrictamente a las dietas, abluciones y demás prácticas del nociciado. También me instruía en el ritual cuyo texto recitábamos o cantábamos, según el caso, a manera de ejercicio práctico. Si nos encontrábamos cerca de una aldea drusa en jueves, asistíamos a la asamblea pública de culto e instrucción religiosa. Antes de mi iniciación no pude asistir a las asambleas secretas de los viernes, ni creo que nadie haya podido asistir, pues para ello fuera necesario concertarse con un sacerdote cuya traición le costaría la vida. A veces los sacerdotes de buen humor engañan a los curiosos con una iniciación simulada, sobre todo si sospechan que es espía de los misioneros.

Hay iniciados de ambos sexos, y la índole de las ceremonias requiere el concurso de hombres y mujeres.

El mobiliario de la “casa de oración” y de la “cámara de visión” se reduce a una alfombra extendida en el suelo. En la “Sala Gris” (cuya situación jamás se determina, pero que está en paraje subterráneo, no lejos de Bayt ed-Deen) hay algunos adornos de mucha riqueza y valiosas joyas fabricadas por orfebres árabes de cinco o seis siglos atrás, según se colige de sus fechas e inscripciones.

El día de la iniciación ha de permanecer el candidato en ayuno natural desde el amanecer hasta la puesta del sol en invierno, o hasta las seis de la tarde en verano. La ceremonia consiste en una serie de tentadoras pruebas de la resistencia física y moral del candidato, que rara vez sale triunfante de todas las pruebas, pues la naturaleza prevalece contra la voluntad en las más difíciles. Entonces se demora la iniciación para otro año en que se repiten las pruebas.

Una de las por que pasa el neófito, consiste en ponerle delante, como al descuido, apetitosos y suculentos manjares de comida y bebida, por ver si quebranta el ayuno. La prueba es dura en semejantes circunstancias; pero todavía es más difícil de vencer la en que le dejan solo durante media hora a puerta cerrada con la sacerdotisa más joven y hermosa de las siete que toman parte en la ceremonia. La tentadora mujer se le acerca en actitud insinuante, y con enloquecedoras palabras, cuya sugestión acreciente el magnetismo de su mirada, suplica al neófito que “la bendiga”. ¡Desgraciado de él si cae en la tentación! Cien ojos atisban por disimulados agujeros, aunque el neófito crea que nadie puede verle en lugar tan oculto.

El sistema religioso de los drusos no tiene nada de infiel ni de idolátrico. Conservan vestigios del en otro tiempo grandioso culto de la Naturaleza, que a causa de las persecuciones debió refugiarse en las comunidades secretas, cuyas reuniones alumbraban las lámparas de la capilla subterránea. El credo religioso de los drusos está resumido en siete artículos que no confían a la imprenta ni a la escritura, aunque hay otro código apócrifo impreso con el solo propósito de despistar a los curiosos.

El resultado de la iniciación me pareció ser como si soñara despierto y viese o creyese ver a personas distantes de aquel lugar miles de kilómetros. Me figuraba ver a parientes y amigos que a la sazón se hallaban en Nueva York; pero no sé a qué atribuir este resultado. Las imágenes espectrales aparecían en un aposento obscuro, mientras mi guía hablaba en voz alta y la comunidad entonaba cánticos en la sala contigua, cuando ya a la caída de la tarde estaba yo debilitado por el ayuno y fatigado de las muchas ceremonias de aquel día en que me había tenido que vestir y desnudar diferentes veces, aparte del esfuerzo mental para resistir las excitaciones concupiscentes de modo que no prevaleciesen contra la voluntad. Todo esto, añadido al embargo en que mi atención tenían las escenas ceremoniales, me estorbaban de juzgar con acierto los fenómenos de índole mágica de que siempre anduve receloso. Conozco las manipulaciones de la linterna mágica y otros aparatos de ilusionismo; pero del examen que después hice del aposento o cámara de visiones, colegí que no se había empleado conmigo ningún otro medio que la voz de mi guía e instructor. Por otra parte, en sucesivas ocasiones, hallándome en el hotel Hornstein de Jerusalén, muy lejos del lugar de iniciación, se me volvieron a aparecer los mismos espectros. La nuera de un conocido comerciante judío de Jerusalén está iniciada y tiene la virtud de evocar durante cierto tiempo estas apariciones ante quienes sujeten estrictamente su conducta a las reglas de la hermandad. La duración de estas apariciones depende de la naturaleza más o menos delicada y receptiva del visionario.

Estoy firmemente convencido de que el carácter de la iniciación es tan singular, que no fuera posible conferirla por instrucciones escritas, siendo, por lo tanto, indispensable que el candidato pase personalmente por todas las ceremonias de la cámara. Así resulta mucho más difícil de describir que la de los masones. Los secretos de la hermandad no se le revelan al neófito por explicación oral, sino por actuante representación plástica en la que intervienen varios iniciados.

No tengo necesidad de decir que las creencias de los drusos coinciden con las de los antiguos griegos en algunos puntos, como en considerar en el hombre dos almas, superior e inferior, simbolizadas en el paso de la “cámara inferior” a la “cámara superior”, según debe usted saber si está iniciada. De no estarlo, le ruego me dispense la suposición, pues aun los más íntimos amigos mantienen entre sí la reserva, y en Dayr-el Kamar se dio el caso de que marido y mujer se ocultaran mutuamente el secreto de su iniciación por espacio de veinte años.

Seguramente tendrá usted fundados motivos para no apartarse de su propio criterio. Su afectísimo, A. L. RAWSON.

 

Todo extranjero es admitido en las asambleas públicas que los drusos celebran los jueves. Si es cristiano, el okal leerá la Biblia, y si es musulmán el Corán, sin otra ceremonia; pero en cuanto se haya marchado el forastero, cerrarán cuidadosamente las puertas de la capilla, y trasladándose al subterráneo procederán a la celebración de sus peculiares ceremonias.

El coronel Churchill, uno de los pocos autores severamente imparciales, dice sobre este punto:



Los drusos son un pueblo mucho más característico todavía que el judío. Contraen matrimonio tan sólo entre los de su misma nacionalidad, están tenazmente aferrados a sus tradiciones, mantienen en escrupuloso sigilo sus ceremonias, y rarísimo es el que se convierte a otra religión… La mala fama del califa a quien consideran como el fundador de su doctrina, está de sobras compensada por la pureza de sus santos y el heroísmo de sus caudillos.

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