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Sexo, drogas y Hollywood

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Ni los hermanos Lumiére, ni el controvertido Melié, ni siquiera el genial Chaplin habrían podido imaginar cuan enorme sería el impacto, poderío y expansión que tendría la industria cinematográfica a todo lo largo del siglo XX. Mucho menos en la actualidad, cuando transitamos los albores de este incierto siglo XXI y la magia de la tecnología nos adentra hacia territorios inexplorados, que encandilan nuestros sentidos con formas perceptivas hasta hace poco desconocidas.

La genial invención del cinematógrafo y esa suerte de encantamiento que permitió dar vida a imágenes inanimadas, ha evolucionado de tal forma, que parece cosa de ciencia ficción todos los avances tecnológicos logrados por la humanidad.

Del rudimentario aparato con que los Lumiére filmaban aquel primer documental para esperar la Llegada del tren a la estación (1895),  hemos dado el salto impresionante al cine en 3D donde la resolución de la imagen, la calidad del sonido y los efectos especiales digitales realmente han revolucionado la experiencia de hacer y ver cine.

Crisis de contenido

 

Sin embargo, ni todo el fastuoso despliegue de efectos, así como la experiencia radical de una narrativa cinematográfica casi totalmente nueva que nos hace “vivir” las historias, ya no como un espectador pasivo sino prácticamente como un activo participante, ha impedido que asistamos a una de las eras más decadentes del celuloide.

Monopolios casi omnipotentes controlan a placer los circuitos de producción y distribución de películas a escala mundial. Estudios realizados por la UNESCO revelan que cerca del 85% de las películas que se exhiben en el mundo son manufacturadas en Hollywood. El investigador Enrique Sánchez Ruíz detalla que los filmes norteamericanos se distribuyen en 150 países del mundo y nadie ha podido igualar el poderío de penetración del aparato de distribución y mercadeo de las siete empresas “mayores” (Majors) con base en Estados Unidos, a saber: Disney, Warner Bros. Inc., MGM-UA, Sony Pictures, Paramount, Universal y 20th Century Fox.

De manera, que aunque países como la India encabezan la lista de naciones con mayor producción de películas al año, con un promedio de más de 800, seguida de China (469) y Filipinas (456), la población mundial debe conformarse con las cada vez más repetitivas, mediocres y vacías cintas que produce la industria norteamericana, que es lo mismo que decir Hollywood.

De un buen tiempo para acá, salvo muy contadas excepciones, las producciones de esa suerte de Gran Hermano y su patético Star Sistem, que modela conductas, fabrica héroes y sueños y repite en forma machacona los patrones culturales del también decadente American Way of Life, se han convertido en una verdadera bazofia: remakes (copias malas) de glorias pasadas, adaptaciones de cómics infantiles y espantosas comedias son lo único que copan la escena.

De una industria que nunca se caracterizó por ser irreverente, pero que al menos en las décadas de los 70 y 80 logró producir con menos recursos historias con un poco más de oficio y que se atrevía a abordar otras temáticas; ahora podemos decir con absoluta certeza que hemos llegado a la nada, a la crisis total.

Lo más grave no es sólo el agotamiento de la industria en cuanto a temas y relevo de talento actoral y directores, sino los clisés que se siguen metiendo cada vez de forma más explícita en estas megaproducciones. Los estereotipos están a la orden del día: decir árabe o musulmán es igual a decir terrorista, bombas y atentados; decir latinoamericano, es sinónimo de droga, capos, prostitutas y corrupción; y decir joven es lo mismo que decir idiota, irresponsable, marihuana transgénica o súper marihuana.

Los que se burlan cuando Nicolás Maduro asocia violencia con capitalismo, deberían explicar cómo en una cinta para niños de gran éxito comercial como la saga de Toy Store, aparece una habitación forrada con hojas de la canabis transgénica, claro la escena se mete de contrabando en un parpadeo, solo perceptible para el ojo más entrenado. Es evidente que se busca atacar el subconsciente de la persona, en este caso niños y niñas, para inocular el mismo veneno de Ronald Mac Dondalds. No perdamos de vista que el niño manso e imbécil, será el adulto alienado y desarraigado del mañana.

Ni qué decir del reciente osito de peluche TED (2012), cuya única hazaña es echarse pedos y fumar hierba transgénica junto a su dueño, un tarado de 36 años que le tiene miedo a los truenos y se refugia en la droga para escapar de un trabajo mediocre y una sociedad estupidizante. Algo similar sucede con la, lamentablemente, exitosa “comedia” Qué pasó ayer (2009) donde cuatro adultos se comportan como verdaderos retrasados mentales, involucrándose en situaciones supuestamente hilarantes. Esta técnica el filósofo norteamericano Noam Chomsky la describe como una de sus 10 estrategias de manipulación mediática y consiste en dirigirse al público adulto como criaturas de poca edad.

Viento en popa

 

Pero la maquinaria no se detiene. Al capitalismo no le importa producir “basura cinematográfica”, si esa porquería además de alienante e idiotizante genera ganancias exorbitantes. El más reciente reporte de la Motion Picture Association of America, INC revela que los filmes gringos estrenados en taquilla alrededor del mundo recaudaron la astronómica cifra de 34,7 millardos de dólares (una cifra que incluso supera las reservas internacionales de un país potencia petrolera como el nuestro).

Así las cosas, quién puede dudar que la maquinaria hollywodense esta perfectamente engranada en un aparato más complejo de industrias culturales de la comunicación y del entretenimiento al servicio de un Estado omnipotente como el norteamericano, donde se dan relaciones de poder hegemónicas que no persiguen otro objetivo que potenciar la dominación asfixiante de una sociedad decadente en todas sus facetas, que enaltece la violencia, el consumismo, la chabacanería y la estupidez.

Acá en Venezuela y también en Latinoamérica, el primer reto en colectivo como sociedad, es debatir acerca de estos temas, y abrir los ojos para exponernos a esos contenidos con una mirada crítica; el otro gran reto es aunar esfuerzos para potenciar la producción nacional y sus mecanismos de distribución. La villa del cine ha realizado un esfuerzo encomiable el número de películas por año que se hacen en Venezuela ha batido récords históricos pero todo ese esfuerzo sigue siendo insuficiente si en nuestros monopólicos circuitos de distribución (Cinex y Cinesunidos) se sigue privilegiando la exhibición de los filmes mediocres de la mediocre industria hollywodense.

La revolución en el cine es clave para afianzar nuestros valores culturales, nuestra rica herencia mestiza y ponerle un parao a la violencia irracional que mantiene en zozobra a las comunidades populares de nuestras zonas urbanas y rurales. La visión del ministro de Comunicación Ernesto Villegas de lograr un tridente ofensivo conformado por la cultura, la educación y la comunicación popular es atinada, pero hemos avanzado poco en materializar ese engranaje. Urge que todos nos montemos en esto, es un compromiso de vida o muerte. ¿Para cuándo lo vamos a dejar?

Por Daniel Córdova Zerpa
Con información de : Aporrea

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