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¿El último adiós?

¿El últimos adiós?. Hay días en que, ingenua de mí, me parece que el estudio de tantas Ciencias Sociales como la Antropología, la Sociología o la Epistemología, me ayudan a entender y comprender este mundo nuestro. No hacen que me guste más, pero sí me ayudan a descifrar y comprender determinados procesos humanos.

¿El último adiós?

Como he dicho al principio, son días ingenuos, porque luego ocurre algo que desbarata todo ese pensamiento lógico y procedimental que intento aplicar a todo. Puede que influya el haber concluido una semana de feria, con el desgaste intelectual y físico que conlleva eso, pero la cosa es que acabo de leer detenidamente la noticia que explica el intento de cierto sector del gobierno egipcio que pretende legalizar la necrofilia.

Soy consciente de muchas prácticas sociales y religiosas en otros lugares del mundo que poco o nada tienen que ver con los convencionalismos de nuestra región, país o continente; he leído etnografías de tribus que recogen ritos que rayan en todo lo que bajo nuestro punto de vista violaría la moralidad y la legalidad. Pero Egipto, ese país que intenta abrirse paso tras la primavera árabe, ahora va a retroceder no sé cuantas centurias aprobando que los maridos, e incluso las esposas, puedan mantener una última relación sexual con su cónyuge fallecido, siempre dentro de las seis horas posteriores a la muerte, una despedida algo particular, por no decir otra cosa.

Recuerdo la impresión que me causaba leer en alguna Leyenda de Bécquer u otro relato similar aquello del matrimonio en rigor mortis, pero ahora aquello me parece algo romántico y poético en comparación con esto. Esa comparación, claro está, es algo etnocentrista por mi parte, relativizar una cultura en base a otra, pero lo dicho, no siempre puedo mantenerme en esa neutralidad que a veces predican las Ciencias Sociales.

Para colmo, también el país del Nilo estudia adelantar la edad de matrimonio femenino a los catorce años, lo que  obviamente perjudicaría a las mujeres en ámbitos académicos, laborales e incluso físicos o psicológicos. También se intenta suprimir una ley que estaba hasta la actualidad en vigor, por la que una mujer podía libremente divorciarse de su marido, si por libremente entendemos que el proceso dura entre diez y quince años.

La Primavera Árabe tiene aún un larguísimo recorrido, mucho por lo que luchar y mucho por lo que manifestarse en la calle. Cosas que no por tener una justificación religiosa o antropológica deben ser aceptadas, cosas que incluso en cierto momento de frivolidad parecen cómicas como ese “último adiós sexual”, pero que realmente serían más dignas del llanto que de las carcajadas.

Por Mercedes Serrato

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