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La terapia de los antiguos – Así curaban ellos

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Nos equivocamos totalmente si considerásemos los conocimientos de aquellos tiempos antiguos como una colección de supersticiones que pudieran provocar una sonrisa. En efecto, muchas de las prácticas de aquellas épocas coinciden de forma sorprendente con ciertos elementos de comprensión de la llamada medicina holística de hoy. A la luz de mis investigaciones en el pasado y de mis propias experiencias, no puedo sino volver a constatar una vez más que nuestras prácticas actuales no son verdaderos descubrimientos en el sentido original del término. Son redescubrimientos de verdades fundamentales relativas al cuerpo humano. Hoy día solo resurgen bajo otros esquemas de referencias diferentes a los utilizados en otros tiempos.

Creo firmemente que ninguna medicina debería excluir a otra. La sabiduría consiste en saber manejar cada una de ellas de forma inteligente, aceptando que todas puedan participar en la elaboración de un conjunto coherente. Por tanto, es con este ánimo con el que os entrego el método de trabajo que sigue. No buscando crear o alimentar una Escuela más, sino con la esperanza de ampliar el el campo del pensamiento humano proporcionando a nuestras manos y a nuestro corazón algunas herramientas suplementarias.

 Una mirada sagrada

A lo largo de mis numerosas investigaciones en lo que hoy se ha dado en llamar la “biblioteca akáshica”, he tenido ocasión de entrar en contacto a menudo con Centros de terapias. Tanto en el Egipto del faraón Akhenatón como en la Palestina de las comunidades esenias, siempre me ha sorprendido constatar que esos Centros estaban lejos de ser simples hospitales o dispensarios. En esos tiempos que nos parecen más remotos de lo que son en realidad, las nociones de salud y de enfermedad estaban necesariamente vinculadas -deberías decir encadenadas- a la dimensión sagrada del ser humano. El cuerpo no era considerado como un mecanismo terrestre perfeccionado. Se le consideraba, esencialmente, la parte tangible de un Todo que hundía sus raíces en un universo celeste inconmensurable, el universo de lo Divino. Lo físico -lo palpable- era pues abordado como eslabón final de la cadena de la Creación. La materia densa representa el primer peldaño de la escalera por la que correspondía al hombre volver a subir hasta el sutil Océano de las Causas. Todo terapeuta maestro de su arte sabía también que tenía que subir lo más alto posible a lo largo de esa escalera para identificar el o los orígenes de una enfermedad para poder neutralizarla. Ya que al ser humano se le percibían como un árbol con raíces ante todo celestes, no podía permitirse tocar su equilibrio en cualquier situación o en cualquier lugar.

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Por eso la mayoría de los Centros de cuidados eran también templos. Todo se ordenaba entorno a la dimensión sagrada del ser. Por otro lado, no era raro que se les diera el nombre de Casas de Vida y que estuvieran estrechamente ligados a lugares de iniciación, es decir, que fueran lugares de pasaje, en todos los sentidos del término. Por tanto, no se podía llegar a ser terapeuta sin previamente ser sacerdote, o, dicho de otro modo, sin haber consagrado el tiempo suficiente a una auténtica reflexión metafísica.

Esta formación desembocaba de forma natural en una toma de altura que hacía que la muerte no fuera percibida como algo opuesto a la vida, no más que la enfermedad lo estaba a la salud. Salud, enfermedad y muerte se percibían como diferentes fases de la metamorfosis de una gran Corriente de Vida en perpetuo movimiento. Fases cuyas múltiples manifestaciones no tenían en definitiva más que un gran y sublime objetivo: la maduración de la conciencia y de su depuración de cara a una felicidad futura.

Por tanto, contrariamente a las apariencias, se enseñaba que nada se oponía a nada. La muerte no suponía la derrota de la vida y la enfermedad traducía simplemente una falta de diálogo armonioso entre el alma y el cuerpo.

Partiendo de estas certezas, las distintas Escuelas de terapeutas siempre han procurado operar en un entorno que tuviera en cuenta el carácter eminentemente sagrado del Océano de Vida en el que estamos inmersos… y que nos atraviesa en cada instante. Mi intención no es desde luego defender aquí la restauración de ese sistema en el que se mezclaban sacerdotes, templos y terapias. Aunque tuvo su grandeza y su belleza, también generó excesos y aberraciones. Si lo evoco ahora es ante todo para llamar la atención sobre la insensibilidad y la desacralización que se ha apoderado de nuestros sistemas de curación.

¿Qué hospital o qué consultorio puede decir honestamente que es un lugar sagrado? ¿Cuántos médicos o profesionales médicos tienen la sensación de ir a trabajar cada mañana, con felicidad, a un lugar en el que se respira la esperanza de la curación? Sin duda muy pocos. ¿Qué enfermo puede dejarse llevar y hablar de su alma a un técnico que maneja una máquina que va a “seccionar” su cuerpo en partes? Por tanto, mi objetivo será simplemente tomar del pasado lo mejor que este tiene que enseñarnos: su visión luminosa de Lo que somos y su búsqueda de un entorno donde la belleza y la dulzura jueguen también su papel sanador.

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El santuario

Sí, atrevámonos con la expresión, creemos un santuario. Un santuario que no estará vinculado con ningún dogma, el santuario donde todo sea posible, un espacio de suave luz y de libertad. Ya que es así como debe ser todo lugar que pretenda contribuir a la restauración de la armonía entre el cuerpo y el alma. Por tanto, nuestra sala de terapia se concebirá como un lugar en el que nos sentiremos profundamente en nuestra casa por supuesto, pero también suficientemente neutro como para estar en armonía con los matices del corazón de todos los que penetrarán en ella.

Conforme a las reglas egipcias y esenias, lo ideal es que impere cierta sobriedad. Todos los objetos, útiles o simbólicos que puedan colocarse serán elegidos ante todo en función de la pureza de su estética. Es importante comprender que de alguna manera se convertirán en puentes, en puntos de referencia y de unión que el paciente tendrá que volver a encontrar con felicidad en cada una de sus visitas.

No olvidemos que un símbolo es una presencia viva unida a un arquetipo y que una luz situada correctamente puede favorecer el estado de conciencia que se relaciona con éste. Del mismo modo, un incienso bien elegido facilitará la puesta en resonancia del ser con lo que va a recibir.

Comprenderéis sin dificultad que todo esto concierne tanto al terapeuta como a aquel al que se dirigen los cuidados. Un verdadero santuario sugiere un espacio fuera del tiempo, un paréntesis que permite un diálog íntimo, tanto horizontal como vertical. El ser humano es llamado a comunicarse con la Divinidad no sólo de manera receptiva sino también emisora. Cuanto más transmita la simple belleza de un santuario la imagen de un puente, más fácilmente podrán el terapeuta y el enfermo desplazarse por las orillas de sus respectivas dimensiones propias.

Recordemos que lo bello no solo es un placer para el ojo sino que es, primeramente y ante todo, una caricia para el alma, un elixir que la hace abrirse dulcemente…

   El ritual de los solsticios

Todas las grandes tradiciones están de acuerdo en un punto: no hay un santuario real sin consagración del mismo. ¿Pero qué es exactamente una consagración? En primer lugar, es un gesto natural. El de una ofrenda.

Ofrenda a Lo que nos sobrepasa, a Lo que nos atraviesa y nos empuja a amar. Es una dedicatoria absoluta a la Vida. En este sentido, no es necesario remitirse a una ninguna fe en particular para consagrar un lugar y trazar así el contorno sagrado de su espacio. El corazón humano es un lugar perfecto de unión entre lo que se ha dado en llamar lo Alto de lo Bajo; basta que el corazón del terapeuta sea puro, que ame… y que sea alegre para que la consagración sea efectiva.

El faraón Akhenatón consideraba que el verdadero estado de sacerdocio era de hecho un estado de maestría. Maestría en alineamiento de nuestros diferentes mundos interiores, maestría a la que todo ser humano puede aspirar, incluso fuera de un contexto religioso, y que puede experimentar de forma espontánea durante instantes privilegiados.

Es desde este espíritu, abierto y no dogmático, en el que os comunico el breve ritual que sigue. Se trata de un sencillo ritual que comenzó a estar vigente al final del reinado de Akhenatón y que fue retomado posteriormente, especialmente para la consagración de los bethsaids esenios. Para el terapeuta era la ocasión de renovar su pacto de amor, su alianza con la Divinidad, asegurando la purificación de su lugar de trabajo.

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He aquí cómo proceder:

–La víspera del solsticio depositad una pizca de sal de mar en los ángulos de vuestra sala de cuidados. Esta sal tendrá por efecto la aspiración, la absorción y la disolución de energías residuales de la dimensión residuales de la dimensión etérica de vuestra sala.

–El mismo día, con ayuda de un buen incienso (por ejemplo, el incienso terapéutico de la tradición tibetana) o de un pequeño paquete de salvia desecada, dad la vuelta a la sala tres veces, respetando el sentido de las agujas del reloj.

–Repetid después estas tres vueltas con una pluma en la mano. Con la ayuda de esta pluma iréis trazando signos. Los egipcios, e igualmente los esenios, utilizaban el signo de la cruz ansada, hoy llamada cruz de la vida egipcia, símbolo de fecundidad y de equilibrio. Sin embargo, podéis hacer el signo de la cruz cristica si lo preferís, o cualquier otro alto símbolo que sea más cercano a vuestra sensibilidad personal. El principio consiste en hacer descender una huella energética en la contraparte etérica de vuestra sala de trabajo. Por su constitución, la pluma ha sido siempre considerada como un potente captador de energía sutil. Por ello, lo ideal es que utilicéis una que sea de un buen tamaño. (Una pluma de oca puede servir perfectamente)

–La fase siguiente de vuestra consagración consiste en encender una llama en el centro de la habitación. En otro tiempo, se encendía la de una lámpara de aceite o de alcanfor, aunque hoy se preferirá la de una vela, más sencilla de manejar.

–Sentaros delante de la llama. Tras un instante de recentraje personal, pasaréis rápidamente vuestras dos manos abiertas por encima, y con el mismo movimiento, rozaréis la parte superior de vuestra cabeza con ambas palmas. Se trata de un movimiento de delante hacia atrás que debe repetirse tres veces. Su función es la de purificar la naturaleza etérica de vuestra propia aura por una puesta en resonancia vibratoria con la contraparte sutil del elemento Fuego. No veáis en él simplemente un símbolo bonito, realizar estos gestos en comunión real con el espíritu del Fuego.

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–Llega ahora la fase de la oración o de la gran invocación. Aquí también debéis dejaros llevar por vuestro corazón y por vuestra propia sensibilidad. Os aconsejo vivamente el himno que sigue, ya que reviste un carácter universal. Este himno fue creado por el colegio de terapeutas que trabajaba en el entorno inmediato de Akhenatón.

“Oh Tú, Sol de lo Increado,

Bendice y consagra este lugar

No como un lugar de poder,

Sino como un punto de equilibrio,

De reparación, de consolación y de justicia.

Oh Tú, Sol de lo Increado,

Habita este cuerpo y este corazón,

Estas manos y esta boca

No como tus meros servidores

   Sino como tu templo perfecto”

–Se concluirá la consagración con un tiempo de meditación. Aunque, evidentemente, todas las fases de este pequeño ritual deben realizarse en plena conciencia, es decir, en una atmósfera meditativa.

Es inútil precisar que esta práctica no tiene nada que ver con una labor mecánica que hubiera que cumplir solo por “hacerlo bien”… La conciencia del que consagra su santuario tiene por misión conectarse a la Fuente divina con el fin de trabajar en simbiosis con el lugar y lo que representa.

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La ropa del terapeuta

Entre los antiguos los que nos referimos aquí, la indumentaria tenía una importancia esencial. Esta debía reflejar la imagen de la pureza con la que querían trabajar. Creaban esta imagen tanto para su propia persona como para aquellos a los que sanaban. Tal como la decoración de su santuario de terapias, consideraban su vestimenta como un punto de referencia. Punto de referencia mental y afectivo que podían necesitar sus enfermos a lo largo de su evolución hacia la curación esperada.

Sin duda, no se trata hoy día de adoptar una postura tan sistemática en lo que concierne a la indumentaria, ya que los tiempos son diferentes. Todos sabemos que el hábito no hace al monje y que ya ha pasado la época en la que había que llevar un vestido de un color determinado para ser creíble. Sin embargo, si trato este tema, es porque me parece menos secundario y con mayor importancia de lo que parece.

Es el concepto de punto de referencia el que considero importante. La mayor parte de la gente que realmente está enferma vive en una especie de dispersión, se a nivel de sus fuerzas vitales, sea a nivel de su ser interior, sea en ambos planos a la vez. Por tanto, el hecho de que pueden conservar una imagen estable y unificada de su terapeuta puede constituir una ayuda suplementaria para la concentración y el recentraje que normalmente necesitan.

Es evidente que la calidad de una terapia no está sistemáticamente condicionada por las consideraciones de orden visual de las que hablamos aquí. Sin embargo, el modo en que un cuidado es acogido y las condiciones de su recepción, constituyen factores que sin duda no hay que descuidar. La imagen que da de sí mismo un terapeuta a veces puede influenciar, inconscientemente, en la amplitud de la apertura de puertas por la que su terapia va a ser recibida.

Cuando la armonía se convierte en un signo de concentración, termina por aumentar el impacto de una técnica.

Para concluir con lo que se acaba de decir, me parece importante añadir que no se trata de “montar todo el número”, como se suele decir, entorno a algunas nociones de orden ritual y estético.

Lo ideal, en mi opinión, sería poder seguir los consejos enumerados, vivir el aspecto sagrado, permaneciendo en la sobriedad, la sencillez y la discreción. Estas tres cualidades evitan la excesiva seriedad, el petrificarse en ciertos esquemas, y son finalmente indisociables de un verdadero trabajo “en amor”.

…De los egipcios a los Esenios, un acercamiento a la terapia de Daniel Meurois-Givaudan.

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