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Las huellas de los libaneses en la ciudad de México

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Los primeros pasos

Mucho se ha dicho sobre el primer emigrante libanés que pisó tierra mexicana; los escritos se disputan a quien correspondió ese honor. Cuenta la tradición que en 1878 llegó a México el padre Boutros Raffoul procedente de Monte Líbano. Sin duda varios nativos de la región del Levante pudieron haber llegado aisladamente a México en diferentes épocas, pero el registro oficial más antiguo, según se constata en el Archivo General de la Nación, corresponde a Pedro Dib, nacido en Hasrun en 1867, quien llegó al Puerto de Veracruz el 1 de enero de 1882.

El final del siglo XIX coincide con el inicio de la oleada fuerte de emigrantes de Monte Líbano obligados a huir por la crisis de la producción de la seda y, de manera relevante, por los conflictos sociales y políticos que allí se vivieron, afectando de manera sobresaliente a la población cristiana. Coincidía con el momento de la decadencia del Imperio Otomano, identificado entonces por los archivos diplomáticos como “el hombre enfermo”.

Ese proceso alentó la emigración de los libaneses que, inquietos por su futuro, volvieron los ojos a otros países. Primero salieron a los lugares más cercanos, a las ciudades sirio-palestinas, a África, al Valle del Nilo y a Europa; después, atravesaron el océano para encontrarse con América, el continente de la utopía.

No es mera casualidad que se considere a un sacerdote maronita como el primer emigrante y en este caso representaba la orden misionera que había mantenido su refugio en la montaña libanesa durante la expansión del islam y su prédica había reforzado la identidad cristiana de los nacidos en ese territorio. La cultura religiosa heredada por San Marón a los maronitas surgió en el siglo IV cuando un monje dedicado a la vida eremítica tomó por casa la cumbre de una montaña en Apamea, muy cerca de la actual ciudad de Alepo, en Siria, allí se fundó el monasterio que sería consagrado a su nombre y se convirtió en centro de difusión de la cultura religiosa maronita desde su fundación en el año 450.

Los maronitas forman parte de los cristianos primigenios y ya se encontraban en el actual territorio de Líbano cuando los europeos emprendieron las guerras de cruzadas en el siglo X. La cristianización había sido temprana porque el sur de Líbano estuvo vinculado con la prédica de Jesús. Fue en Cánaa, a sólo diez kilómetros de Tiro, donde según la tradición realizó su primer milagro en una fiesta de bodas. Ese poblado formaba parte de Galilea, una región comprendida al sur entre Acre y El Carmelo, al norte hasta Tiro y sus alrededores, al este el lago Tiberiades y El Jordán, y al oeste la llanura costera en el actual territorio libanés.

Aparte de su misión religiosa, los maronitas desde el siglo XVI y, en ocasiones en alianza con los príncipes drusos, impulsaron en Líbano el movimiento independentista contra el Imperio Otomano. Fueron tiempos difíciles para los habitantes de la montaña sometidos a diferentes reformas administrativas y se dio ese flujo migratorio que en unas cuantas décadas trajo a cerca de cinco mil emigrantes a México. Luego de los Tratados de Versalles en 1919, al asedio de las potencias que se lanzaron sobre los territorios despedazados por la crisis del país de la Sublime Puerta que había dirigido durante cuatro siglos los destinos de los países del Medio Oriente, se alentaron las expectativas de salida de muchos libaneses.

Los inmigrantes

Los libaneses llegaron a México con el árabe como su lengua, la dificultad para comunicarse en español fue tal que a muchos les fue cambiado el nombre o el apellido, cuando no su lugar de procedencia al momento de realizar sus trámites migratorios. Su acendrado cristianismo, en cambio, les abrió las puertas de los hogares mexicanos. Que los libaneses fuesen maronitas, es decir parte de las iglesias cristianas de rito oriental, mientras los mexicanos pertenecieran al cristianismo latino, de tradición romana, no impidió las alianzas matrimoniales entre quienes llegaban y los residentes porque la diferencia religiosa no resultó infranqueable.

Como muchos de los inmigrantes de otros países, los libaneses encontraron acomodo en el comercio que primero frecuentaron con cajones donde transportaban listones, hilos, agujas, peinetas, encajes, que podían llevar consigo por todas partes; después se establecieron en el centro de la ciudad de México en los alrededores de los mercados tradicionales como el de la Plaza del Volador y el de La Merced. Por supuesto, como otras comunidades debían agruparse en torno a sus tradiciones y aunque probablemente se realizó algún ritual religioso en los primeros tiempos de su llegada, se tiene noticia escrita de que el primer servicio de rito maronita, en el ámbito de la iglesia cristiana oriental, se realizó en la iglesia de La Candelaria, en la calle de Manzanares en el barrio de La Merced en el centro de la Ciudad de México.

Aún existe en el mismo sitio esa capilla de las siete que hizo construir el conquistador Hernán Cortés en el siglo XVI, cuyo exterior ostenta dos torres minículas y una bóveda que sólo quien se acerca por allí podrá apreciar por sus pequeñas dimensiones, en contraste con la monumentalidad de la mayoría de los recintos religiosos coloniales. Dedicado al Señor de la Penitencia, cuya imagen ocupa el lugar más destacado en el pequeñísimo altar, en su parte posterior contiene quizás el coro de monjas más pequeño de la Nueva España.

Fue allí donde el sacerdote libanés Hanna B. Kuri, quien adoptó inmediatamente el nombre de Juan, impartió los sacramentos a los inmigrantes libaneses que continuaron llegando en oleadas a México a principios del siglo XX. El primer matrimonio realizado en esa capilla fue el de Salvador Abrahan y María, del mismo apellido, el 13 de febrero de 1906. En el registro quedó asentado que el novio era soltero de veinte años de edad y originario de Monte Líbano en la Turquía Asiática, que había llegado al país hacía medio año y era hijo de Abrahan; como era usual en los países árabes donde los hijos adoptaban el nombre del padre para llamarse, por ejemplo, Ben Abrahan.

En lo que se conoció como La Candelarita, por su pequeña dimensión, continuaron los matrimonios de los inmigrantes libaneses por el rito maronita. Esto puede comprobarse por las solicitudes de autorización ante el obispado de la ciudad de México. Dicha institución también intervino cuando los matrimonios se celebraban en otras iglesias cercanas, como en el caso de la pareja formada por Lázaro Llermanos y María Francisca Abiset, cuyo enlace se realizó en la Parroquia de Jesús María el 17 de enero de 1907. También fue frecuente solicitar la Parroquia del Sagrario, aunque la mayoría de las parejas siguió usando la hermosa, auque pequeña, capilla del Señor de la Penitencia.

También allí se registró el primer butizo, según en el Libro parroquial, se lee: “En la capilla de la Candelaria de México a quince de noviembre de mil novecientos once, Yo el presbítero Juan B. Kuri, cura de los maronitas, bautizo solemnemente a una niña nacida hace cinco años en esta Ciudad de México a quien puse por nombre Rosa, hija legítima de Carlos Yaspik y de María Marta Jeprayel; fueron padrinos solamente la Señora Adela G. de Assad, a quien advertí su obligación y parentesco espiritual. Doy fe. Juan B. Kuri”. Es importante subrayar que precisamente quien fungió como la madrina contrajo nupcias por las mismas fechas, lo cual demuestra que se trataba de una comunidad todavía reducida y con vínculos estrechos.

Los libaneses maronitas comenzaron a integrarse en torno a los oficios que el padre Kuri impartía en La Candelarita, donde se realizaron numerosos matrimonios y bautizos. Se casaron Jacob Gebaide y Dibé Kalife, Antonio Harb y Leonor Jacobo, Antonio J. Andere y María Faride J. Daher, etcétera. A partir de entonces siguieron varios bautizos de los hijos nacidos de los primeros inmigrantes, tales fueron: María Yaspik Jeprayel, Amín Luis Abud, Eugenia Gostine Cheban, Elena Emperatriz, José Adib Yunes Padua, Juana Fadna Asaf Chebar, José Carim Barquet, Marta Natalia Abraham Chedid, María Charlot Faraija Hadad, María Latife Aun Karam, entre otros.

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Un templo propio

Después vino la posibilidad de adquirir un templo propio destinado al rito maronita, lo cual fue posible gracias a la disposición del presidente Álvaro Obregón (1920-1924), quien dio fuerte apoyo a la comunidad libanesa como puede apreciarse por los agradecimiento que recibió entonces. Los encuentros entre los inmigrantes y los nacionales ya contaban con un claro antecedente, cuando la colonia turca, en realidad compuesta por libaneses que en ese entonces portaban pasaporte que les confería la nacionalidad del Imperio Otomano, donó el conocido como el Reloj Turco al pueblo mexicano el 22 de septiembre de 1910; que en realidad debía llamarse libanés.

El ayuntamiento de la ciudad aceptó el regalo y puso a su disposición el espacio que ocupaba la Fuente de las ranas, en el pequeño jardín del Colegio de Niñas, situado en las calles de Capuchinas y Bolívar. El discurso de los donadores fue pronunciado por el señor Antonio Letayf, presidente del Comité Otomano del Centenario y, por si quedara duda sobre su origen libanés, expresó: “Por atavismo y por herencia de raza, á ejemplo de nuestros progenitores los fenicios, ejercemos en lo general la industria comercial, porque en nuestras venas circula la sangre de aquellos sublimes aventureros que llevaron su industria y cultivaron el comercio por todo el mundo conocido entonces, á través del Asia y de los desiertos de África y en la culta Europa; siendo ellos los primeros emigrantes que dejaron su país para fundar en extranjero suelo colonias tan florecientes como la rica y poderosa Cartago”, según cuenta Genaro García en el libro del Centenario.

De igual manera, ya en 1921 los inmigrantes intervinieron en los festejos del Centenario de la consumación de la independencia y fue así que el 23 de septiembre de ese año a las 19 horas el presidente municipal de la ciudad de México inauguró la instalación de candelabros en la calle de Capuchinas, donados por la Colonia libanesa y más tarde se dio un baile en honor del presidente Obregón que, con gran gala, se llevó a cabo en el Salón de los Candiles del Restaurante Chapultepec, uno de los más elegantes con el que contaba la entonces la capital, situado en el terreno donde ahora se alza el Museo de Arte Moderno.

Por disposición del gobierno y acuerdo del Episcopado mexicano, encabezado entonces por el obispo José Mora y del Río, se otorgó a dicha colonia la iglesia de Nuestra Señora de Balvanera. Se trataba de un edificio con larga historia porque desde 1569 la Real Audiencia española dio licencia a la propuesta de varios caballeros españoles para que se creara un recogimiento para que allí vivieran mujeres españolas arrepentidas por haberse prostituido o simplemente fueran mujeres perdidas o enamoradas.

Las monjas del convento de La Concepción salieron de su propia clausura el 5 de octubre de 1573 para contribuir en ese esfuerzo de volver a esas mujeres al arrepentimiento y a la virtud. El rey Felipe II ordenó al virrey de la Nueva España el 10 de octubre de 1575 ayuda a esa institución. El lugar fue conocido popularmente como de las Arrepentidas o de las Recogidas en Penitencia. Cuando se arrepentían las “recogidas” se transformaban en “beatas” y el 27 de mayo de 1633 profesó la regla de San Agustín la última de ciento ochenta beatas que tuvo el recogimiento.

Pero no sólo las arrepentidas vivieron en ese lugar, porque también doncellas con dote estuvieron interesadas en ingresar al convento, lo cual provocó que en 1586 hubiera ochenta religiosas y setenta que estaban por profesar; todas eran españolas. En 1619 vivían más de ciento veinte monjas en Jesús de la Penitencia que necesitaban apoyo para vivir y las limosnas no siempre eran suficientes para mantener una población que crecía; se trataba más bien de un convento pobre, cada vez más extenso, que difícilmente podía dar de comer a sus internas a diferencia de otros conventos que fueron muy ricos.

En 1634, en el contexto de una reorganización interna, el monasterio cambió de nombre por el de Nuestra Señora de Balvanera, patrona del valle de ese nombre en la Rioja provincia de Lograño en España y fue construido un nuevo edificio . La iglesia fue financiada por doña Beatriz de Miranda y se bendijo el 21 de noviembre de 1671. Mateo de Velasco se encargó de realizar sus retablos y Mateo Chávez de los vitrales. De esa época data –se cuenta- la imagen de la Virgen en el centro del altar mayor. Las portadas gemelas del antiguo convento fueron labradas pero, aunque se conservaron, desaparecieron en arreglos posteriores. Las estípites del retablo mayor fueron obra de Francisco Martínez en 1749. Su único cuerpo recubierto por azulejos en el exterior data de entonces y contrasta con su sobria fachada, y debido a sus colores amarillo y azul se le conoce hasta ahora como la cúpula de oro y esmeralda.

Debido a las Leyes de Reforma, las monjas fueron exclaustradas en 1861 y trasladadas al monasterio de San Jerónimo en 1863. El exconvento se dividió en cinco lotes y fueron vendidos a particulares. Fue la iglesia lo único que se conservó y parte del claustro fue convertido en bodegas. La parte que aun permanecía fue destruida en 1939 para cumplir el propósito de Neguib Simón de realizar la obra del pasaje Yucatán.

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La feligresía maronita

En Nuestra Señora de Balvanera continuó sus oficios bajo el rito maronita el padre Juan B. Kuri, habiendo celebrado su primer bautizo ya en ese recinto el 20 de mayo de 1921. En esa ocasión bautizó a Jesús Salomón, nacido el 1 de abril de ese año en la calle de Capuchinas; hijo legítimo de José Salomón Dahdah y de Susana de Dahdah, apadrinado por Gabriel Barquet y Emilia Barquet. La comunidad libanesa echaba raíces porque siguieron varios bautizos hasta llegar alrededor de 255 realizados por el padre Kuri, entre ellos los de: Virginia Gostine Chebain, Margarita Kuri Zaiter, María de la Luz Angeles Fares, Juan Antonio Kuri, Alberto Mahfud y a medida que pasaban los años fueron apareciendo los matrimonios mixtos, lo cual puede explicarse por el hecho de que los inmigrantes procedían del mismo tronco religioso cristiano católico de los mexicanos, que fue fundamental para la integración al país.

El templo de Balvanera debió cerrar durante los tres años más álgidos del conflicto que enfrentó a la Iglesia con el Estado en México entre 1926 y 1929, porque no se encontraron registros para ese lapso. El padre Kuri todavía estuvo allí luego de la reapertura de los cultos. El último bautizo administrado por él aparece registrado el 30 de diciembre de 1931 y fue en 1933 que apareció el primero del padre José Bustani.

En una nota aparecida en la revista Emir del 31 de enero de 1943 se dice que: “A petición de la comunidad maronita de esta Capital, y para remediar el estado de acéfala en que se encontraba la parroquia desde la enfermedad del padre Asaff”, el ilustrísimo Luis María Martínez, arzobispo de México, hizo los trámites necesarios para que viniese el padre José Kuri, que se encontraba en Arizona, para hacerse cargo de la capellanía de Balvanera, desde el día 18 del mes de diciembre de 1942. La iglesia fue erigida como parroquia hasta el 20 de diciembre de 1946 por el mismo arzobispo, en un documento en el que recordaba que cuando se otorgó se impuso al Capellán “…la obligación de atender no sólo a los fieles del Rito Maronita, sino también a los del Rito Latino, para lo cual debería cuidar que en los Domingos y días de precepto se celebrara en este rito la Santa misa a diversas horas de la mañana, y esto también, de ser posible, en todos los días del año.” La recomendación resulta un tanto extraña porque se había insistido en que no había contradicción entre ambos ritos y porque guardaban el vínculo de obediencia con el Vaticano. Cuando el 1 de enero del año siguiente se realizó un acto solemne para comunicar su nuevo estatuto de parroquia se hizo responsable de ella al sacerdote Tobías Germani, ostentando el cargo de rector y luego de párroco durante 13 años.

Los intercambios con otros recintos eclesiásticos de la capital se acentuaron porque la modernización marcaba otras pautas y cambiaba la situación social de los inmigrantes. Los matrimonios maronitas buscaban los templos de moda, en los que se realizaron varios de ellos con previa autorización, en los siguientes términos:

Ilusmo. y Revmo. Señor Doctor Luis María Martínez

Arzobispo Primado de México

Presente.

Ilustrísimo Señor:

El suscrito Cura Párroco Maronita de México, humildemente por medio de la presente, solicita de Vuestra Excelencia Reverendísima una Licencia de casamiento en la Parroquia de la Sagrada Familia a los novios Sonia Wafa Afif y Ernesto Hanaine Saibe, para el día 20 del presente mes de abril.

Los dos son maronitas católicos de nuestra Parroquia, bautizados y solteros, libres de todo impedimiento y se han corrido las amonestaciones canónicas según la ley.

Dios Nuestro Señor guarde a su excelencia Reverendísima muchos años.

México D.F., abril 6 de 1953

Tobías Germani Jury

P. M.

En 1960 fue destinado a la Misión Libanesa el padre José Boustany y ocupó el cargo de vicario hasta 1970. Su dedicación le permitió conseguir el terreno y que se realizara la construcción de la iglesia de Nuestra Señora de Líbano en la calle de Manzano número 29, en la sureña colonia Florida que sería dedicada por el cardenal Darío Miranda y Gómez el 9 de enero de 1972.

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El padre Georges Abi Younes, llegó a México como vice-rector de la Misión Libanesa y el 26 de julio de 1995 se le nombró Superior de la misma. La comunidad maronita fue reconocida al convertirse en la Eparquía de los Mártires de Líbano, y el Papa Juan Pablo II nombró como su primer obispo a Wadih Boutros Tayah el 6 de noviembre de 1995. Desde entonces se designó Catedral de San Marón con sede en la Iglesia de Nuestra Señor de Balvanera.

Los cambios a través de los años han sido significativos porque lo que era la advocación de los primeros libaneses inmigrantes se extendió a los muchos mexicanos que la frecuentan gracias a la creciente fama de milagroso de San Charbel, ungido en la tradición fundada por el eremita San Marón, quien dio origen desde el siglo cuarto a la orden religiosa a la que perteneció. La talla que representa al primero, vestido de negro y con la capucha propia de los monjes de la orden que deja ver una larga barba blanca, es constantemente adornada con miles de listones que le otorgan todos aquellos que le solicitan o agradecen un milagro. Tal parece que dicha costumbre se vincula con una tradición que fue asociando a los “cajoneros” venidos de la Montaña libanesa con esa forma particular de honrar al santo, extendida a la feligresía mexicana que lo considera su protector.

A la muerte del obispo Boutros Tayah el 7 de mayo de 2002, fue necesario el acuerdo entre la Eparquía maroniata y el Vaticano para nombrar nuevo obispo. Los maronitas mexicanos recibieron recientemente otro estímulo para preservar sus rasgos culturales con el nombramiento papal del Excelentísimo Georges Abi Younes como segundo obispo de la Eparquía de los Mártires de Líbano, siendo entronizado en México el 29 de junio de 2003.

En el antiguo templo de La Balvanera, sede la la Catedral de San Marón, es reconocida todavía por su torre de oro y esmeralda, como la reconoció el cronista González Obregón. En su interior sobre el arco de la puerta de acceso principal se encuentran dos escudos de la Eparquía maronita que datan de 1946. En ellos figuran un cedro de Líbano y una torre fortificada, el palio cardenalicio cruzado por un báculo episcopal y la cruz patriarcal, todo coronado por una mitra y circundado por la leyenda: Gloria de Líbano dada al patriarca maronita.

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Fuentes:

-Libros de bautizos y de matrimonios de Nuestra Señora de Balvanera. Agradezco al padre Jesús Cuevas su apoyo para esta consulta.

-Elisa Vargas Lugo et al., Centro de la Ciudad de México, INAH y Salvat, México, 1987

-María Concepción Amerlinck de Corsi, Conventos de monjas. Fundaciones en el México virreinal, Condumex, México, 1995

-Josefina Muriel, Conventos de monjas en la Nueva España, Jus, México 1996

-Parroquia de Balvanera. Nuestra Señora de Balvanera. 75 años de presencia maronita en México, México, 1998

-Guillermo Tovar y de Teresa, La Ciudad de los Palacios: crónica de un patrimonio perdido (2 tomos), Vuelta, México, 1991

Carlos Martínez Assad.

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